“EL SER HUMANO”

(Análisis cuantitativo y cualitativo)

 

 

Tesis presentada por:

 

Su Alteza el Príncipe OM Cherenzi-Lind,

de Shan (Tibet, Asia)

(Rector de la Universidad Espiritual en Cuba)

Bajo los auspicios del Supremo Consejo Académico y Espiritual de México

 

 

a la:

 

PRIMERA CONVENCIÓN CULTURAL

y ESPIRITUALISTA DE MEXICO

 

 

México D.F. 12 de febrero de 1941

 

 

"Conocerse a sí mismo es el comienzo de la

verdadera sabiduría " K.H.

 

 


 

“EL SER HUMANO”

(Análisis cuantitativo y cualitativo)

"Soy lo que soy “.  Bhagavad Gita.

"Nada es tan despreciable, absurdo, siniestro como el hombre que no ha logrado distinguirse del animal por sus pasiones". L.A.

 

Según la Biblia, el ente humano fue hecho en génesis con una figurita de barro y un soplo Divino. Esto fue verdad, aparentemente, en lo que respecta al hombre; por lo que se refiere a la mujer, el procedimiento fue más expeditivo.

Según la mitología tibetana, el génesis de la humanidad tuvo lugar mediante la transformación de un lobo y un oso, lo cual explica mucho del realismo obvio que presenta la especie nuestra en muchos sentidos. Pero si recurrimos a la química, que no se conforma con acertijos abstractos ni con leyendas más o menos simbólicas, hemos de descubrir que somos un poco de polvo o barro amasado consistentemente y de modo maravilloso, lo cual está demostrado en la raíz etimológica de la palabra "hombre", que es sin duda alguna "humus", y por ende " humili", o sea lodo y humildad. Pasado por la probeta del laboratorio, y luego en retortas, la materia del hombre queda reducida a precipitados, sales y gases, que fijan con exactitud matemática sus condiciones elementales, en lo cualitativo y cuantitativamente, que revela ser una asombrosa composición de un 66 % de Agua, 3.1 % de nitrógeno, 2.1 % de hidrógeno, 15.8 % de carbono, 2.5 % de calcio, 1.2 % de fósforo y 6.7 % de oxígeno.

En otras palabras, aquella grácil doncella de nuestros ensueños que nos saca de quicio, la mecanógrafa con porte de princesa que se pasea por las avenidas de nuestra ciudad, lo mismo que el palurdo que no sale de sus tonterías, el enfosilado comerciante,  el bravucón politicastro o el pizpireto jovenzuelo de andar y de calculados modales, son en realidad un simple amasijo de unos  45-40 y litros de agua común, 10.896 kilos de carbón, 7 gramos de hierro, 3.178 de Cal, 678 gramos de fósforo,  6 gramos de azúcar, 678 gramos de sal,  4.115 metros cúbicos de oxígeno 1.692 de nitrógeno y 15.728 de hidrógeno, además de yodo en cantidad equivalente 1/10 de una gota corriente y 280 gramos de otros elementos como potasio, flúor, magnesio, bromo, arsénico, silicio, fluorina, carbonatos, amoniaco, azufre, cobre…

Tal es la composición del audaz ladrón, del afectado actor cinematográfico, del vanidoso filántropo, del humilde obrero, del eminente sabio, del recogido misionero, del orgulloso ricachón, del esforzado atleta, en fin, de todo ser humano, guardando las proporciones de volumen o desarrollo. Y toda esta materia, comprada en el comercio, apenas vale UN DÓLAR. ¡Un dólar por un tirano tramoyista y rufianesco, un dólar americano por un dictador totalitario moderno, un dólar por cualquier cuerpo humano sea sano, feo, hermoso, joven, viejo, enfermizo, o como fuere!...

Descartando las cualidades morales, un ser humano vale apenas un desayuno. Podrá tener enormes fortunas como un Rockefeller o Carnegie, ser todo un Lenin o un Goering, ser una Greta Garbo o el más infeliz campesino anónimo; pero eliminando los valores morales, sus capacidades mentales y sus logros Espirituales, es un simple contenido resumido al valor de un dólar escasamente ¡No obstante, cuanta maravilla en la armazón ósea, en el entretejido de nervios y tendones, en el mecanismo endocrino, en los reflejos e impulsos nerviosos, en la alquimia fisiológica de todos los órganos!

Este análisis servirá de buena lección a los enamorados de sí mismo, a quienes, en fin, tienen un AMOR PROPIO que es siempre insultante para la valía ajena. De hecho, la artista más popular por su “sex-appeal” no vale más que la más humilde fámula, y el ensimismado sabelotodo solo podría probar que vale lo mismo que el más vulgar patán de barriada, comercialmente hablando.

Pero esto consolará a muchos, pues es bien sabido que con el carbón del cuerpo humano se pueden fabricar unos nueve mil lápices, más de dos mil fósforos con nuestra materia de este nombre; podríamos inflar unos cien globos de fiesta con nuestro hidrógeno; podríamos fabricar un clavo con nuestro hierro, llenar un salero de mesa con nuestra sal, azucarar un pequeño vaso de líquido con nuestra azúcar, y en fin llenar un barril de agua con el que se halla en nuestro cuerpo. Y si mezclásemos el azufre y el salitre de nuestro cuerpo, obtendríamos un pequeño explosivo uniéndolos con nuestro carbono…

Desde el punto de vista mental o intelectual, el ser humano puede lograr maravillas, pues tanto la ciencia como el arte, la filosofía y la religión, que son de hecho una forma de exaltación de ésta última, resume conquistas extraordinarias del ingenio que él mismo va desarrollando en el curso de sus esfuerzos y su vida en general.

Considerado como ente pensante, pues, el ser humano revela una valía que rebasa todas las competencias y posibilidades comerciales, pues expresa un potencial que escapa a todo análisis de laboratorio. Existen por ahí unos llamados "tests" de inteligencia o "tests psicológicos", cuya eficacia y valía son de poner seriamente en duda, pues raras veces revelan las condiciones del potencial mental o moral del ser, en cambio exponen la estrafalaria ingenuidad de quienes pretenden de este modo descubrir los misterios de la personalidad humana.

El potencial mental del hombre es asombroso, en relación con la humildad de su constitución material, pues es ahí, en primer término, donde podemos descubrir y comprender que cada persona es una entidad distinta y de condiciones sui-géneris, debido a distintos factores, pero de todos modos exclusiva o característicamente "propia" o individual. Y esto mismo, soslayando todo intento de explicación de sentido metafísico o abstracto, es obviamente el producto, o la resultante si se prefiere, de esfuerzos determinados del hombre, aunque concurran ocasionalmente circunstancias favorables y muchas veces elementos que son factores desfavorables, como por ejemplo la herencia biológica, nefastas impresiones psicológicas primarias, una inadecuada iniciación sexual, accidentes orgánicos en los centros endocrinos, la educación, el ambiente, las creencias y las costumbres impuestas y la mala formación del carácter que de hecho conducen a torcidas actitudes y actuaciones siempre equívocas o viciosas.

Sería ocioso y burdo pretender tabular las vivencias de conciencia y esquematizar las posibilidades morales del ser, y no lo es menos el presumir de reducir a formula de ecuación las características y las capacidades mentales, o aun dar sentido de curvas, grados y máximas o mínimas de pogromos clínicos a los Valores ingénitos del ser, que de no asumir formas sustanciales escapan a toda crítica perceptiva codificada - aunque no a la atrevida crítica de los husmeadores consuetudinarios de la vida ajena, en la cual no hallan nada grandioso ni edificante porque ellos se lo han acaparado todo para sí.

En esta maravilla espacial que es el ser humano, la noción del tiempo sufre toda clase de vicisitudes y lo eterno pierde sus horizontes, porque él es a la vez objeto y sujeto, y el pasado y el presente se pronuncian y entrelazan de manera diversa, agudizándose en forma de misterio. De ahí la gran incógnita de que nos hablara tan efusiva y poéticamente el místico sabio Dr. Alexis Carrel.

No obstante, no hay límite en la posibilidad de expresión del potencial energético del hombre, pues si es un genio a lo Miguel Ángel, Gengish Khan, Budha, Beethoven, San Pablo o Wagner, o una maravilla a lo Greta Garbo, Sarah Bernardt, Jeannette Macdonal, Herlich, Edison, Fulton Benan, Víctor Hugo o Rodin, es porque ha sabido encausar sus aspiraciones y sostener sus esfuerzos en modo determinado, y tanto el clásico rufián de barriada como el huésped de manicomios, el defectuoso estudiante, el infeliz empleado de comercio o el orgulloso aristócrata, como el infuloso profesional o el fracasado atorrante, están hechos del mismo modo y poseen el mismo potencial energético. Lo que de hecho diferencia a los seres es la condición momentánea de su materialidad y el carácter que han dado a sus posibilidades innatas, nada más. Pero no hay razón ni motivo para que un simple soldadito improvisado no sea un verdadero genio militar, algún día, cuando se decida a serlo, y cuando haga el debido esfuerzo para ello. Nuestras nociones son nuestras, individualmente, y así mismo lo son nuestras cualidades morales. Todas son el producto de nuestro acervo y de nuestros esfuerzos. Nosotros mismos somos quienes nos catalogamos en la escala de las valías humanas, y así mismo somos nosotros mismos quienes alcanzamos los Valores Espirituales por los cuales forjamos y orientamos nuestra vida.

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Una pesquisa consciente en los misterios de la vida nos conduce irremediablemente al problema de la inteligencia.

Encontramos, en efecto, que para los MATERIALISTAS el ser humano es simple incidente de materialidad, siendo la inteligencia una especie de secreción de la misma.

Para los ESPIRITUALISTAS, la materia es una constitución ocasional de la realidad natural y universal, que además es instrumento supeditado a un principio energético inteligente, que la anima.

La contradicción entre ambas concepciones es evidente. Mas ya la ciencia experimental ha venido a iluminar a unos y otros, demostrando que los átomos son entes verdaderamente dinámicos, y como tales, sumamente inteligentes, al extremo de que los términos INTELIGENCIA y ENERGÍA son idénticos, siendo absolutamente inseparables entre sí, y el cuerpo o sea la constitución del átomo sería inconcebible y también imposible sin esta condición binaria primordial.

Según esta verdad, todo antagonismo entre materialistas y espiritualistas es simple ociosidad, o ignorancia. Todo el problema en la vida, en realidad, se reduce más bien a un asunto de conciencia, o grado de consciencia.

Cada ser distinto y cada característica diferente de vida, en el concierto inmenso y maravilloso de la creación Universal, es una modalidad distinta de expresión de conciencia, por su intensidad o por su persistencia, o sea en su índole cualitativa o cuantitativa.

Y el problema de la conciencia es tal vez el mayor de todos los que confronta el ingenio humano, pues no se ha llegado a especificar claramente todavía qué es lo que se implica por CONSCIENCIA, a pesar de todos los intentos psicoanalíticos, psiquiátricos, epistemológicos, metafísicos y axiológicos. De hecho, la consciencia es la modalidad de expresión del potencial energético-inteligente, o si se prefiere, su grado de capacidades logradas evolutivamente. Esto, de hecho, reduce la realidad a un fenómeno de expresión de un potencial X, indeterminado o indeterminable de tiempo y espacio o de tiempo-espacio en el Infinito Universal (natural), diversificado en formas distintas de personalidades o individualidades diferentes, que pugnan y se esfuerzan por expresar a su manera el potencial que han amasado para sí o que van absorbiendo del gran depósito del Universo, y que de todos modos sigue perteneciendo al Universo. Toda característica personal, por lo tanto, es circunstancial, y por lo mismo, incompleta, teniendo la significación que cada individuo se esmere en proporcionarle mediante sus aspiraciones y esfuerzos propios.

Esta consideración nos conduce a la apreciación de la cultura como resultante señalada de la expresividad del potencial de cada persona. Luego, si bien es cierto que la cultura es un factor enorme en la calificación de la valía del ser humano, no lo es menos en un sentido cuantitativo resultante de diversas formas de actuación, empeños, ahíncos y ansias perfectivas de cada interesado.

Podríase definir la cultura como un medio o un intento de sobreponer a la naturaleza en general y al instinto personal, los valores morales o espirituales, convirtiéndolos en norma de nuestra conducta y motivos de inspiración para fines edificantes y permanentes, ya sea como esfuerzo individual o como acción solidaria en colectividades. Pero de hecho esto implica por una parte IDEAL y por otra ESFUERZO, y nos hallamos de nuevo colocados en el terreno de la apreciación axiológica de la Inteligencia y la Energía. Esta concepción es de suyo medular y responde al más generoso prurito epistemológico, y si empleamos la palabra Consciencia aquí es, a falta de otra, mejor o más expresiva.

Con un conocimiento más profundo del asunto de la vida, tanto los materialistas como los Espiritualistas podrían llegar a un común acuerdo, coordinando perfectamente el poder del ÍDEAL con el sentido propio de la REALIDAD. No se trata aquí precisamente de un equilibrio de fuerzas distintas, sino de hecho de una asimilación o fusión íntima de conceptos y formas de percepción y apreciación. En ulterior análisis, la Verdad es una sola, así como es único el fundamento primordial y la finalidad última.

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La leyenda poética del Fausto es muy significativa, por cuanto trata nada menos que del secreto de prolongar la vida del ser por medio de un misterioso elixir. Hay mucho de profético en esta ilusión o aspiración, ya que tiende a promulgar e inclusive crear por intermedio del ingenio humano, procesos que perfeccionan los procedimientos naturales, ya sea por la vía "sintética" o fisicoquímica del laboratorio o por medio de una bien fundada educación de las posibilidades innatas del ser.

La educación que no perfecciona el ser es un simple subterfugio cultural, porque si bien por una parte adiestra al hombre para una actuación determinada en el curso de la vida, por la otra incapacita o desatiende el ser en lo que respecta a sus aspiraciones y posibilidades superiores o trascendentales.

Hoy en día, es posible trasmutar o transformar átomos, por medio de la ionización de los electrones o ya variando la estructura molecular privando a los átomos de unos electrones o de protones, o añadiéndoles nuevos. Así, se puede fabricar azúcar con hidrógeno solo, dióxido de carbono y luz; el nitrógeno se convierte en helio y en fin los metales son trasformados.

Fausto podía haber logrado su sueño dorado por medio de la química, que no es por sí sola meramente un instrumento económico y una poderosísima influencia social, sino una filosofía de la materia.

La química moderna, que ha invadido el campo de las posibilidades asombrosas e infinitas de las tres dimensiones clásicas, nos proporciona formas de materia que la Naturaleza no ha soñado nunca en crear, como por ejemplo una substancia tan trasparente como el cristal y tan fuerte como el mejor acero, o bien modificaciones categóricas en la estructura y norma biológica de ciertos seres que son puras invenciones de la imaginación humana. También la química que descubre el testosterone y fabrica hormonas artificiales sustituye a funciones endocrinas apenas descubiertas por esa misma inteligencia humana. Por otra parte, produce sonidos inaudibles, pero regiamente visibles, y trasmuta gases en óxidos, o ácidos en carbonos, o bien compuestos determinados de sustancias orgánicas en enzimas artificiales, y asumiendo un carácter físico se convierte en agente universal, imita rayos telúricos, hace aire líquido, convierte el aire en metales, o bien formula sustitutos de las radiaciones solares y de las clorofilas vegetales haciendo ¡Vitaminas de laboratorio!

La química moderna nos permite saber que todo lo que existe en forma material se reduce a cristales, o sea fórmulas geométricas-matemáticas de átomos. El hombre, gracias a sus capacidades innatas, puede trascender las formas consistentes de su propia materialidad, y como Prometeo desencadenado, se ha entregado a la plena conquista del infinito, porque el infinito está en él también. Su máxima gracia, de hecho, consistió en haberse descubierto a sí mismo. De no haberlo hecho, el hombre habría seguido siendo un simple amasijo de materias distintas con un valor comercial irrisorio: ¡UN DÓLAR!; CONOCERSE A SÍ MISMO, verdaderamente, es toda una ciencia, o mejor dicho, es la más fundamental y a la vez más trascendental de todas las ciencias, porque es la base de toda genuina Filosofía, o sea del Arte de saber vivir eufóricamente, en consonancia con sus propias necesidades y de acuerdo con el trascendental sentido de la existencia Universal.

 El sabio, que se intitule materialista o Espiritualista, debe ser Idealista y Realista al mismo tiempo, y saber ajustar su vida a las más sublimes aspiraciones.

Pr. OM Cherenzi-Lind