Editorial

 

EL VENCIMIENTO DE LA ILUSIÓN

Pr. OM Lind Schernrezig

 

“Creer es crear”. -K.H.

“Creo porque no sé”. -Goethe.

“DAR es la más sagrada de todas las palabras, y la misión más Divina que haya”. Pr. OM Cherenzi-Lind

La ilusión es el recurso de los débiles, la esperanza de los desafortunados, el refugio de los vencidos y la distinción de los ilusos.

Las almas pequeñas compensan sus deficiencias y torpezas con ilusiones, es decir, con imaginarios bienes y esperanzas ulteriores, que les sirve de lastre y de derrotero en la vida. Son como navíos que siguen rumbos fantásticos, o permanecen estáticos en pleno océano, o sin salir de ningún puerto a falta de capacidad de autodeterminación; pero las más de las veces son navíos llevados por las corrientes e influencias circunstanciales. Se dejan influenciar incesantemente, porque carecen de decisión y de fuerza propia; su destino es ser manejado...

La ilusión nos seduce y pone a merced de las circunstancias. Mientras más arraigadas sean nuestras ilusiones más nos subyugan, y entonces somos como esos barcos desarbolados que van al garete en los grandes remansos oceánicos (sargazos), sin finalidad ni capacidad, sin utilidad ni trascendencia.

La mayoría de las gentes se dejan llevar por sus ilusiones, es decir, por su imaginación, animadas por su fantástica esperanza, sueños irrealizables que los embelesan y mitigan los dolores graves de sus desventuradas holganzas o trágicos fracasos.

Soñar, ansiar, esperar, es propio de toda alma inteligente. Pero sólo las almas equivocadas o impotentes se conforman con ILUSIONES.

Las ilusiones llegan a cobrar tal importancia en nuestra vida, cuando no las dominamos a tiempo, que no tardan en sustituir a los mejores propósitos, y sobre todo sirven de reconfortante a las almas vencidas o que no quieren luchar perseverantemente hasta triunfar.

Soñar, ansiar, esperar, es conveniente. Es bello soñar, porque la vida está tejida de ensoñaciones. Ansiar es afianzarse en propósitos de genuina importancia para nosotros. Esperar es confiar en la fruición inevitable. Pero debemos evitar el soñar como iluso, creyendo que todo ha de llegar sin esfuerzos ni méritos o merecimientos. Ansiar es muy gratificador también, pero con solamente ansiar no se vencen las dificultades de la vida ni se crean nuevas situaciones, a no ser las de nuestra propia desventura, pues la pasividad destruye todas las posibilidades de regeneración o superación y dignificación. Y aunque no se debe nunca desesperar, porque mientras haya vida hay fuerzas suficientes para arrancarle posibilidades salvadoras a la realidad circunstancial, conviene no entregarse a la abstracción ilusa de esperar indefinidamente lo que creemos nos corresponde, sin asumir una actitud invicta de alma decidida a no ser victimizada.

No condenaríamos a la IMAGINACIÓN, pero para que ésta sea creadora, fructífera, saludable y ennoblecedora, es preciso que sea secundada por la ACTUACIÓN. De otro modo nos dejamos arrastrar por el flujo seductor y arrollador de la fantasía, o sea las ilusiones.

Lo mejor es regular conscientemente las situaciones de nuestra vida. Así no seremos veletas de las circunstancias ni víctimas de los acontecimientos. Las decisiones y fuerzas mentales pronto se quimifican, condensándose con la intensa actuación de la vitalidad, hasta asumir las condiciones densas que conocemos por "realidad", “cuerpo” o “acontecimiento”. Pero las quimeras son ilusiones, o si se prefiere una imaginación desligada de la realidad, fantástica, aberrante, y esto solo nos conduce a prejuicios, complejos psicológicos y en fin vicios y complicaciones bio-psicofísicas graves. Las ilusiones, como puede advertirse, son el origen de las tragedias humanas, y si bien pueden ser también fuente de felicidad, no las recomendamos como recurso.

La mejor manera de estar en condiciones para VENCER EL DESTINO es combinar equilibradamente el IDEAL y la REALIDAD, y para evitar las complicaciones peores, conviene planear siempre el devenir, guiarse controlando los sucesos o acontecimientos. Cuanto más intervengamos conscientemente en el desenvolvimiento de nuestra vida, mejor se desarrollará nuestra personalidad y más dispuestos estaremos para gobernarla. Una buena práctica es anticiparse siempre a los acontecimientos, imaginándoselos, y luego planeando una acción conveniente, según los casos y los designios que nos inspiran. Es una buena norma el bucear en el porvenir y tratar de adivinar los acontecimientos, anticiparse, en fin, a los hechos, para descubrir mejor sus posibilidades y fuerzas, así como las condiciones propias. Hay un refrán que reza así: “guerra avisada no mata soldado”. En efecto, si estamos en guardia y nos hemos anticipado a las circunstancias, nuestras fuerzas íntimas se intensifican, y entonces saboreamos más las particularidades de la vida y estamos más preparados para nuestra defensa oportuna.

El tema de la predestinación es uno muy sugestivo para las almas débiles, que necesitan argumentos expeditivos para resolver sus problemas más confusos.  ¡Nada como las apariencias para justificarse!

Pues bien,, si se quiere explicarse sin explicaciones, lo más propio es jugar con acertijos. El tema más explotado en este sentido lo es el de los RENACIMIENTOS, o sea la Reencarnación. Claro que es muy sugestivo y halagador, y es buen argumento para disculparse si se es torpe, pues eso significa que en una próxima “reencarnación” se logrará ser un genio, o si se está lleno de defectos ahora, en alguna próxima vida se demostrará una superioridad admirable.

Lo más a menudo, se saca a colación los renacimientos humanos de genios excelsos como Wagner, Mozart, Napoleón, Edison y otros, que a la temprana edad de dos y cuatro años habían demostrado ya su proficiencia en sus capacidades, superando ya todo lo mejor del mundo, sin necesidad de ser enseñados por nadie. La única explicación a este hecho es que ya habían estudiado en’ “anteriores vidas” y que, como decía Platón, sólo "recordaban".

Los casos de niños prodigios, como el Budha Gautama que a los cinco años sabía todo lo que podían enseñar los más acabados matemáticos del mundo entonces, o el de Kenneth Wolf, de Cleveland, que a la edad de diez años se conocía todas las asignaturas de la Western Reserve University, y además tocaba el piano y componía música sin haber nunca estudiado la materia, y ya a los 4 meses de edad sabía hablar como un joven de 15, y a los doce meses sabía leer y escribir… También está el famoso caso de Charles E. Jaynes, de Boston, que en 1938 dejaba atónitos a los expertos pronunciando discursos que habrían dejado chiquito a Daniel Webster, haciendo exégesis bíblica con una autoridad de un pastor experimentado, contestando con pleno dominio de la filosofía cuantas preguntas se le hiciera. Estos casos serían simples “continuaciones de la personalidad a través de distintos cuerpos humanos sucesivos”, según los pregoneros de la reencarnación. Como demostración de este argumento, se saca a relucir el hecho de que la naturaleza misma lo confirma., haciendo nacer de genios perfectos imbéciles, y viceversa. Razonan así: si la materia concreta es eterna pero mutable, ya que nada se pierde y todo se trasforma, “¿Cómo va a destruirse el núcleo anímico de experiencias que constituyen el meollo moral de los caracteres humanos? “Si nada se destruye, sino que todo evoluciona, hay que concluir que la fuerza del carácter que hace la personalidad del ser humano es una potencia indestructible que tiene que ir a alguna parte después de la trasformación que sufre el cuerpo físico, al verificarse el fenómeno mal llamado muerte. Es esta energía lo que los idealistas llaman el alma humana, y la cual se traslada de un ser a otro ser humano para producir la evolución” ...

No vemos por qué la evolución debiera ser una constante transmigración, ni esto implica necesariamente “una justicia universal”. La repetición de los hechos y la continua reacción de las fuerzas o de los fenómenos no tiene nada de lógico ni forma parte del proceso cósmico. ¿Dónde se queda, en tal caso, la selectividad? Y si hay una fatal repetición de procesos y experiencias ¿de qué sirven las facultades directivas como la Voluntad y la Inteligencia en el individuo? Además, no sabemos de ningún genio que haya regresado al mundo y nos haya demostrado fehacientemente que hubiese sido en su anterior “encarnación” éste o aquel otro genio. Sin embargo, si puede una inteligencia privilegiada recordar sus artes y ciencias de “pasadas vidas”, ¿por qué no habría de recordarse de otros detalles importantes que tanto significarían para la orientación de la vida humana si fuesen revelados?

NINGUNO DE LOS GRANDES GENIOS QUE EXISTIERON EN ESTE MUNDO, JAMÁS VOLVIERON A LA TIERRA A DECIRNOS NADA RESPECTO DEL “MAS ALLÁ”, NI A ILUMINARNOS ACERCA DE LA SIGNIFICACIÓN DE LA VIDA O EXISTENCIA. La sabiduría de las edades se condensa gracias a las experiencias de la vida, y solo los “vivos” nos han revelado, de una manera u otra, los misterios que nublan a nuestra inteligencia y nos confunden en este mundo.

Pero nos preguntamos, ¿qué fue de los grandes sabios y genios que en el pasado conocieron de las tribulaciones sobre este mundo, y partieron sin nunca volver a dejar saber de ellos? ¿Por qué no han vuelto a señalar los rumbos o a dejarnos constancia de LA VERDAD acerca de tantos misterios?

En realidad, nosotros somos de los que creen y poseen evidencias de que la VIDA ES ETERNA, CONSTANTE Y UNA, y que todo lo demás es lo incidental, que es lo que alcanzan a apreciar las gentes comúnmente por el intermedio de sus sentidos. Lo que no alcanzamos a comprender es el cúmulo de teorías y doctrinas que hacen “múltiples esta realidad, cuando solo sus fenómenos son distintos, complejos y multiformes. Claro que no faltarán argumentistas que nos dirán que los santos, los genios, y grandes sabios no han vuelto a la vida sobre este mundo porque han cumplido su ciclo de experiencias, y por ende no necesitaban “retornar”. Esta explicación es muy oportuna, y aunque no pretendemos invalidarla, preferimos creer que mientras más perfectos sean los seres, más deben preocuparse por las tribulaciones de los demás, porque son más sensitivos y más compasivos.

Además, sabemos perfectamente que la penetración de la realidad en todas sus fases, el logro de la sabiduría Universal no necesita de “médiums” ni de intercesores para informarse mejor acerca de la Verdad Eterna. Las verdades de la Vida son esencialidades, y por ende constituyen parte de lo que se conoce por Espíritu y Divinidad, y esas esencialidades se alcanzan por medio de las funciones espirituales y las virtudes, o sea los Valores de sentido divino en nosotros. Luego no es indispensable valerse de “intermediarios” ni “morir” para franquear las fronteras de la consciencia y penetrar los dominios supra sutiles de la vida. Vida, valor, verdad y verbo son sinónimos en el fondo, y debemos aprender a distinguirlos en sus características eventuales, y descubrir en ellos la UNIDAD ESENCIAL de la realidad inconsútil y trascendental, eterna.

¿Y que fue de esos genios precoces de que tanto ha hablado la prensa en tiempos recientes? Los verdaderos genios, como Wagner, Beethoven, Mozart, Napoleón, Carduce, Bergson, Gengish Khan, Pitágoras, Hypatia, Blavastky, Edison, Chandra Bose, Marconi, Einstein, Pablo de Tarso, Ramakrisna para no citar sino unos pocos de entre ellos, que fueron brillantes desde su más tierna mocedad, y durante toda su vida demostraron poseer la chispa maravillosa de la Inteligencia superior. Pero eso no demuestra que solo “recordaban sus experiencias de vidas pasadas”, como bien pueden atestiguarlo ellos mismos, y si consultamos sus autobiografías, notaremos que, en efecto, su “genialidad” les ha costado siempre terribles esfuerzos y grandes sacrificios, no precisamente “recordando”, sino laborando por “exceler”, “SUPERARSE”, y “perfeccionarse” ... Luego, en vez de “recordar”, “aprendían” …

¿Y qué es de los grandes precoces de última hora? Todos asombran al mundo en sus primeros años con sus indiscutibles cualidades, unos como grandes matemáticos, otros como músicos, otros aun como artistas o con el ingenio inventivo, pero no tardan en eclipsarse en el más completo olvido, con una incapacidad bastante notoria, como si su sistema se hubiese cansado de su propia precocidad. Ahí está en efecto el caso de Wilbert B. Huston que en 1928 fue proclamado “el niño más inteligente de Norte América”, siendo entonces distinguido como un genio y ganador de la beca Thomas A. Edison. En 1943, es un oscuro e ignorado alistado del ejército Americano. Los místicos modernos, tan metafísicos como mal informados, nos dicen que el cuerpo humano es como una vaina o estuche, y que el Espíritu viene a ser una especie de espada (“La Ley del Destino", por Israel Rojas, de Colombia, un Señor que pretende ser la reencarnación de San Juan, Francisco Bacon y Zanoni). Suponemos que, en el caso del joven Huston, la espada se enmoheció terriblemente, estancándose en su vaina, o bien ésta pudo más ¡que el genio y que el alma! … Bien se ve que semejante argumento no se sostiene por sí solo. Pero no debemos extrañarnos por ello, pues los defensores de tales teorías o doctrinas son ellos mismos bastante complejos; v.g.: el Sr. Israel Rojas, que presume recordar sus "reencarnaciones" pasadas (!) parece ignorar que Zanoni es un simple personaje de Novela, a igual título que lo fueron Hamlet, Fausto, Rodolfo y Madame Butterfly, y que en California vivía hasta hace poco el Sr. Spencer Lewis, que se intitulaba IMPERATOR Rosacruz, quien también pretendía ser el famoso Francis Bacon. El caso del Sr. Rojas es uno específico de paranoia, pues además se auto titula ENVIADO DIVINO, cosa que a nosotros nos tiene muy sin cuidado y nos causa inmensa compasión, pero que creemos deber explicar para evitar equívocas interpretaciones.

La teoría o doctrina de los "renacimientos humanos" es harto consoladora, y a la vez simplista. Pero no demuestra fehacientemente lo que pretende justificar. Tomemos otro caso bien conocido. El niño Kenneth Wolf, de Cleveland, a los diez años es un prodigio de saber que puede enseñar a los más duchos profesores de la Universidad de Western Reserve. Pero a los 18 es un joven simplón, que no se destaca en nada. Parece ser que ha dado una carrera rápida de inteligencia, pero ya no logra ni siquiera distinguirse de los demás muchachos de su misma edad, y unos más y tal vez demuestre ser un morón. Es el caso de una niña de la India que, en recientes años, pretendía recordar su "vida pasada", y en realidad sólo “recordaba” cuentos de hadas que había oído de unos cuentistas itinerantes, comunes en aquella región del mundo, unos años antes. Son prodigios de memoria. pero no de inteligencia, ni de potencia Espiritual.

El prodigio de Boston, Charles E. Jaynes, a la edad de 7 años, en 1938, pronunciaba maravillosos discursos filosóficos y exegéticos. Asombró por doquiera, y se dijo que él también que era un “Alma vieja en un cuerpo joven”, y no faltó quien dijera que sería "el predicador más asombroso de todos los tiempos, venido en una época excepcional para su genio". Pero en 1943, ya el niño maravilloso había quedado desplazado por otros de su misma edad. Bastaron cinco años para dejar al niño nivelado a su normalidad. En otros casos las cosas no se quedan así, pues hasta aparecen síntomas de idiotez, y no citamos casos porque son demasiado penosos para los interferidos, que viven en la actualidad. Luego la “vejez de alma" en estos casos se reducía a simples "síntomas clínicos", a lo mejor una hiperfunción pituitaria nada más.

No creemos invalidar con nuestras objeciones la ley de la CAUSALIDAD. Solo queremos hacer resaltar la importancia de los distintos factores en todos los casos considerados. No debemos dar demasiada importancia a las doctrinas "reencarcionistas”, sencillamente porque depende demasiado del elemento hipotético y es escurridiza en cuanto a evidencias constatables. Nuestra creencia en la continuidad de la Vida más allá de la tumba no está discutida aquí, ni es invalidable en modo alguno; pero por lo que se refiere al DESTINO, la vida es una perenne justificación propia. Tanto el "cielo" como el “infierno” son bellas invenciones para controlar a las almas, y las religiones han erigido en torno a ellas toda una pedagogía doctrinal. Mas lo importante de retener es que LA VIDA ES ACCIÓN Y REACCIÓN, UNA MECÁNICA BIOPSICOFÍSICA EN TRANCE DE CONSTANTE TRASFORMACIÓN, CON UN DESIGNIO DE SUPERACIÓN Y PERFECCIÓN.

Las nociones de Bien y Mal son ya fútiles, lo mismo que las de tiempo y espacio, pues en la Edad actual, la Consciencia humana ha traspasado las limitaciones doctrinales, con los progresos de la ciencia. No puede decirse en la hora presente: CON LA VARA QUE MIDIEREIS SERÉIS MEDIDOS, LO QUE HICIEREIS A OTROS ESO OS HARÁN A VOSOTROS. Las nociones del Bien y Mal son convencionales, y ya es difícil distinguir entre el Tiempo y el Espacio, porque en realidad sólo hay apreciaciones personales y conveniencias, y el tiempo es espacio en continuidad, a la vez que el espacio es tiempo en sincretismo natural. Lo importante en la vida es la ACCIÓN y los MOTIVOS, y debemos adaptarnos a las circunstancias, o sea proceder siempre de la manera más conveniente. El dolo, el matar, el vicio, la malevolencia, es realmente MALO, no es recomendable; pero ante la perversidad, no se puede permanecer pasivo, inmóvil, indiferente. Sería una culpable complicidad, y los resultados recibidos serían bien merecidos. La doctrina Ahimsa, de "no-resistencia" propugnada por ciertos místicos hindúes, es bellísima para almas elevadas que viven entre almas perfectas; pero cuando se es atacado, hay que tener la hombría, el civismo, la dignidad de defenderse y hacer prevalecer los Valores y Principios que catea, sirve o pretende enaltecer. Si nos encontramos en medio de un accidente o de una catástrofe, o si somos atacados por un criminal, no es oportuno conformarse con la desventura y decir "Bendito sea Dios que quiere que las cosas sean así: me acojo a su santísima Voluntad". Lo propio es guarecerse, defenderse, protegerse lo más posible, y en fin ACTUAR como sea mejor según las circunstancias.

La Vida es una sucesión de complicadas circunstancias. Y nosotros debemos estar siempre alerta para contrarrestar sus complicaciones, y responder convenientemente a las dificultades en cuyo engranaje nos hemos situado.

La Regla de oro, que reza: “ VIVE CONFORME QUIERES QUE LOS DEMÁS VIVAN, PARA SATISFACCIÓN PROPIA Y SERVIR DE EJEMPLO A LOS DEMÁS”, que hemos recomendado en nuestra filosofía fundamental, es una variante del apotegma de Mencius, de la China milenaria, que decía: “compórtate como quieres que los demás te traten”, y diez siglos más tarde, halló su lugar en los evangelios cristianos la fórmula: “NO HAGAS A OTRO LO QUE NO QUISIERAS QUE TE HICIEREN A TI”, y que Goethe repetiría a su manera así: “LO IMPORTANTE ES VIVIR CORRECTAMENTE PARA TODO EL MUNDO”. El destino exige de nosotros una actitud, una vida, en fin, que sea justificación de los ideales y Principios que pretendemos exaltar. Así, nos dignificamos, y el constante interés en este sentido es la manera más segura de sortear las dificultades de la vida diaria, asegurándose un DESTINO agradable.

Algunos recomiendan que se debe AMAR AL PRÓJIMO COMO A SÍ PROPIO. Esta fórmula es arriesgada, y raras veces produce buenos efectos. Resulta ideal para los que no respetan principios ni poseen ideales, ni sentimientos, ni escrúpulos. Pero cuando se vive en medio de un vórtice de gentes apasionadas, viciosas, malévolas, ambiciosas, taradas, mal educadas, incultas por añadidura, y en fin casi siempre inconscientes e irresponsables, es difícil vivir honestamente y con designios dignificantes y armoniosos. ¿Cómo puede ser posible amar a seres así, que hacen de sus ambiciones una religión y de sus pasiones una virtud? ¿No es un espejismo el pretender AMAR AL PRÓJIMO COMO A SÍ MISMO, cuando en realidad cada cual vive en un eterno “sálvese quien pueda”, acomodándose como mejor le parece, fingiendo sentimientos y aparentando gestos, recurriendo a Dios en sus momentos álgidos de necesidades, y acabando siempre por servirse mejor en todas las circunstancias?

Es preciso VENCER AL DESTINO, y esto se consigue procurando siempre vivir enaltecedoramente, pero sin dañar ni causar penas a otros. Se puede salir vencedor en todas las lides de la vida sin necesidad de perjudicar a nadie, pues con el esfuerzo superativo se asegura la evolución y se justifica mejor la propia existencia. Esta actitud resulta siempre el mejor de todos los negocios, la transacción ideal. Sin saberlo, el individuo hace compromisos con el destino, facilitando así la tarea de la providencia, y entonces no se ve sorprendido por ningún acaso o imprevisto.

El Destino es tal como lo hacemos, por decisión consciente y disposición volitiva nuestra, o bien tal como lo dejamos que se pronuncie. Si somos indolentes e indiferentes, o si dejamos a sus anchas a la “providencia”, no podemos sino esperar sorpresas ingratas. Si somos CONFORMISTAS o FATALISTAS, podemos cruzarnos de brazos y esperar “esperanzados” que acontezca lo que corresponda; pero entonces deberemos atenernos a los ACCIDENTES de la vida y no culpar a Dios ni a nadie por nuestras desdichas. Nosotros mismos somos los responsables de nuestro DESTINO.

En épocas de crudo materialismo mundial como en la actualidad, la vida se desenvuelve irresponsablemente, en medio de las tinieblas de la Consciencia. En efecto, las gentes ignoran las “Leyes de la Vida”, no comprenden nada de la significación y finalidad de la existencia, y lejos de conducir su existencia, forjarse modalidades de vida y realizar ideales, se debate en medio de sus propias pasiones y fuerzas incontroladas y desconocidas, siendo en realidad juguetes de ellas. Viven “inconscientemente”, atropellando todos los Principios naturales y prefiriendo todo lo que va en contra de los intereses de la naturaleza, y como el mecanismo biogenético de la existencialidad en lo psíquico y material, se le escapa por completo, llama “ACCIDENTES” las sorpresas que ocurren en respuesta a su indignidad y escasa cordura. Su "moral" es convencional y llena de secretas arbitrariedades, porque hace prevalecer siempre su propio egoísmo, y cuando sufre las consecuencias de sus torpezas y malevolencias, se queja contra el dolor y acusa de inconsecuencias a la Providencia, cuando en realidad ellos son los culpables de sus miserias y desventuras.

Llaman FORTUNA ese éxito inesperado, y elevándola a la categoría de Deidad, le rinden fervoroso culto, inventan rituales para comprar sus favores, incurren en humillantes transacciones. La Diosa Fortuna es siempre glorificada, aunque exalte las concupiscencias y sirva de degradación moral. Ganar premios de la lotería, hallar tesoros, recibir grandes favores, es la preocupación general, sin parar mientes en los méritos o merecimientos. Lo que se quiere, en fin, es el favor de la Diosa Fortuna ... Pero la mayor de todas las fortunas es, en realidad, la FELICIDAD que nos procuramos con nuestros propios esfuerzos. La verdadera SUERTE es el premio de nuestros méritos, la satisfacción que deriva de nuestros merecimientos.

La gente comúnmente malgasta sus energías en vanas actuaciones, en burdos pasatiempos, vicios, displicencias o poco honrosos negocios (transacciones), y luego se quejan de su SUERTE y maldicen el DESTINO. ¿Qué hacen por merecer algo mejor? ¿Qué papel de dignidad desempeñarían si en realidad hubiese en la naturaleza un mecanismo que permitiera la realización de sus ambiciones y deseos? ¿No sería el mundo un funesto escenario si además de las prebendas que dan la fuerza material, el cinismo y el vicio, los así afortunados pudieran también sojuzgar a las almas más sencillas y más honradas sometiéndolas a los rigores de sus bajas ambiciones y encubiertos designios?

EL ESFUERZO consciente es en sí toda una garantía para el futuro. El estudio, el empeño superativo, la educación edificante, la aspiración sostenida, y hasta los sacrificios enaltecedores, suplen de manera considerable las deficiencias ocasionales y anulan las ilusiones entorpecedoras. ¿Por qué no ensayar estas medidas? El Destino es fuerza en acción, así que si ponemos en acción a nuestras propias fuerzas provocamos situaciones que consideramos de momento ideales y convenientes, y lo más probable es que favorecerán resultados apetecidos por nosotros.

En realidad, todas las situaciones de la vida son el producto de determinados esfuerzos, o conjugaciones de fuerzas. Y esto se especifica por medio de nuestras propias íntimas decisiones. La Voluntad encausa a la mente, y las energías mentales producen condiciones correspondientes en el sistema neuroendocrino corporal, y de ahí la salud, la personalidad y en fin las disposiciones todas de la vida diaria, y las energías vitales de que disponemos para vencer en las lides que se nos presentan. ¿No es propio de personas educadas y conscientes el preocuparse por su propio devenir? ¿No es este esfuerzo propio el mejor seguro como factor del DESTINO que se anhela, ambiciona, sueña o envidia?

La pasividad es destructora. No se entregue Ud. al languidecimiento de las situaciones placenteras o conformistas. No se lamente nunca, pues Ud. mismo es el responsable directo y principal de sus condiciones de vida. Aunque fuere lisiado, hay siempre disposiciones íntimas para sobreponerse a su desgracia, si quiere realmente triunfar en las lides de la vida. Si no ha tenido oportunidades o la educación necesaria para imponerse, reaccione, y persista en sus esfuerzos hasta triunfar en sus aspiraciones. NADA HAY EN EL MUNDO DEMASIADO BUENO PARA UD... ¡Dígase Ud. a sí mismo esta frase, unas cien, miles de veces, y verá que a la larga conseguirá lo que apetece o pretende!

Y sobre todo, no se lamente nunca. Sólo las almas enclenques y vencidas proclaman sus debilidades y su derrota. Si está herida, reaccione de una vez, dele un viraje a su vida, y, valerosamente, capee el temporal; en sus decisiones hallará todas las reservas de energías que necesite para imponerse a sus cuitas y deficiencias y para franquear el océano de la vida triunfando en todas sus aspiraciones.

La ORACIÓN es un buen medio para cortejar las energías superiores de nuestro ser y atraerse las del Universo, y en fin para utilizarlas en beneficio propio. Pero entonces esa oración debe ser consciente. No debe ser auto anuladora, negándose uno mismo, o entregándose a la Voluntad de alguna entidad o función abstracta. Debe ser un dinamismo pleno, seguro, firme, decisivo, en lo íntimo del ser, de modo que todas las fuerzas nuestras estén comprometidas a un solo fin, cooperando para un solo motivo y contribuyendo para el triunfo anhelado. Los resultados correspondientes no pueden fallar.