Editorial:
“CRISIS DE LA PROFECÍA”
Un mensaje del MAHA CHOHAN K.H.
1944
Hemos puesto a disposición del público estudioso y ávido de mantenerse en contacto con el curso de los presentes acontecimientos mundiales, una extensa literatura editada por la New History Society, de New York, que recomendamos sobremanera porque refleja plenamente la palabra sublime de BAHA-U-LLAH, este gran apóstol del humanismo que merece figurar entre los más destacados mentores de la Humanidad, que dirige ese gran demócrata y poeta persa Mirza Ahmad – SOHRAB, sin duda alguna el máximo expositor BAHAI en la actualidad, en todo el mundo, y consecuentes con el Universalismo de nuestro Humanismo y con la dinámica cosmocrática que nos caracteriza, tócanos esta vez poner en relieve la Palabra Inspiradora de BAHA-U-LLAH, el Profeta y Fundador de la Fe Bahaí así como del Movimiento que la propugna.
Es verdad que esta exaltada figura histórica se ha convertido con el tiempo en fundamento de un novísimo movimiento religioso, inspirando una fe de carácter humanista liberal y de notable sincretismo filosófico, pero no es nuestro propósito aquí, recluirnos en exclusivismos de organizaciones temporales. Celebramos la grandeza moral y la significación Espiritual de BAHA-U-LLAH, que se conoce hoy en día como realización BAHAI, pero no participamos en las pretensiones y reclamaciones ortodoxas, máxime si éstas no guardan paso con los Principios que pregonan, como ocurre, malhadadamente, con la generalidad de los sistemas. Estos suelen olvidar o posponer sus virtudes y valores fundamentales a medida que van progresando, resumiendo en sus Templos y conquistas materiales toda su significación moral.
La Unión Espiritual Universal, que labora por el triunfo de los Valores del Espíritu y de los Principios Universales, no se compromete con sistemas convencionales, ni transige con los conceptos y preceptos puramente abstractos y faltos de sentido práctico. Su finalidad es el perfeccionamiento humano, y todo lo que pueda obstaculizar este designio Natural, Universal, no puede merecer ni siquiera nuestra atención. Por eso, al celebrar hoy el Centenario BAHAI, lo hacemos como homenaje de justiprecio a las enseñanzas BAHAI, y no con el fin de participar a los propósitos de ninguna ortodoxia u organización determinada. Señalamos rumbos emancipadores, exaltamos preceptos dignificantes, secundamos Principios de trascendencia Eterna… LA UNIÓN ESPIRITUAL UNIVERSAL ESTÁ AL SERVICIO DE LA CONCIENCIA HUMANA. Y es esto lo que queremos poner en evidencia en esta señalada oportunidad.
La Unión
MENSAJE ESPIRITUAL
MAHA CHOAN K.H.
Presidente del Consejo Ecuménico
de la UNION ESPIRITUAL UNIVERSAL
La ocasión es apropiada para hablar de UNIVERSALIDAD, y los días que transcurren son propicios para evocar Principios Espirituales.
Ningún otro compás de concepto cabe en los momentos actuales, ya que asola al mundo un verdadero cataclismo de inversión de valores, consecuencia neta de la falta de carácter y de la crisis de la consciencia en el hombre, puestas en trágica evidencia con el actual caos Universal.
Debemos esta celebración del Primer Centenario BAHAI, a los auspicios de la UNIÓN ESPIRITUAL UNIVERSAL, y a los buenos oficios de la New History Society de New York.
La UNIÓN ESPIRITUAL UNIVERSAL es exactamente lo que revela su título, y no tiene otro fundamento ni otra norma. Para nosotros, lo Esencial de la Vida, es lo Espiritual y el Espíritu es, en sí, Perfecto, Eterno, y por ende Universal y Divino. Y si promovemos y representamos la UNIÓN, con énfasis en lo UNIVERSAL, es porque la humanidad está demasiado dividida por sus credos y cultos, y generalmente se confunden los ideales circunstanciales y las doctrinas de conveniencia con las Esencialidades Eternas y los Principios Vitales que constituyen en realidad lo único verdadero, grandioso y digno de perdurar en toda la Naturaleza.
Creemos que el hombre se halla en demasía desligado de las sublimes magnificencias de la Naturaleza Universal, y por ello se ve en la necesidad de suplir sus deficiencias con ilusiones y fantasías, y es forzado a recurrir a dogmas convencionales, a fin de satisfacer de alguna manera los imperativos categóricos íntimos.
Es obvio que hay algo fundamentalmente subversivo y que denota indigencia Espiritual, en la generalidad de los sistemas religiosos de la hora actual, pues haciendo caso omiso de sus más decantados postulados éticos y proyecciones filosóficas, asumen actitudes rotundamente antagónicas en el realismo de los hechos prácticos, en la vida cotidiana. Lo propio puede decirse de la mayoría de las Escuelas Filosóficas que parecen estar más preocupadas por la elegancia ética de sus posturas que por la dignidad de sus funciones y finalidades.
Se da el caso, en la actualidad, que los Jefes religiosos y mentores místicos de la especie humana se hallan demasiado atareados en cuestiones de interpretación doctrinal, en la economía propia de sus sistemas, o aún en mantener lo que ellos alegan ser la autonomía sagrada de su supremacía Divinamente conferida, o bien con él apuntalamiento de su autoridad, su prestigio, su autocratismo celestial y sus tradiciones. Su ortodoxia tiene para ellos más importancia que las necesidades fundamentales de la naturaleza humana, que parecen ignorar totalmente. Y todo esto, mal que nos pese, sólo revela la inmensa y desconcertante carencia de ingenio para responder a los imperativos de la vida, así como también de genuina vitalidad ecuménica, es decir, de pureza moral, de magnanimidad de alma, de grandeza Espiritual.
Empero, la autenticidad Espiritual se revela mucho mejor por la cultura, la generosidad y la comprensión que, por la altanería, la intolerancia sectaria, el exclusivismo supersticioso, y la autoridad dogmática. Mas esto, pese a sus pregonadas virtudes, no lo entienden ni lo pueden entender quienes viven cristalizados en sus propias fantasías, y que renuncian a participar cuerdamente en las dilatadas dimensiones de la Vida en su conjugación Espiritual, empezando por cultivar todas las expresiones estimuladoras y expansivas de la Consciencia, y poniendo en vigor los Principios Evangélicos de su preferencia.
Ningún Verbo Místico, Religioso o Filosófico puede tener una significación mayor, que el sentido Espiritual que encarna. Es decir, la Espiritualidad no es dogmática ni estática; es función, altivez y fruición de lo Esencial de nuestro ser, y es la mejor expresión de nuestra vitalidad. Si limitamos nuestras proyecciones a conclusiones accidentadas, dogmáticas o demasiado intempestivas, cometemos un gravísimo error de superstición, de detestable beocia, o de fanatismo, que es siempre ignominioso, un pecado contra el Espíritu Santo.
La verdadera ESPIRITUALIDAD no puede depender de una creencia circunstancial, o de actitudes convencionales. Y no se es Espiritual vicariamente, por “delegación” o por control remoto, sino gracias a nuestras propias virtudes, actuaciones, concepciones y vivencias. La Espiritualidad es el fruto y la función actual de nuestro ser. De ahí que hayamos dicho ya que NO IMPORTA CUÁL SEA NUESTRA CREENCIA, LO REALMENTE VITAL ES LA MANERA COMO CREEMOS Y EL EXTREMO DE NUESTRAS REALIZACIONES ÍNTIMAS, NUESTRAS PROPIAS FUNCIONES Y PROYECCIONES.
En otras palabras, la Espiritualidad ideal es algo personal e íntimo, y no es un reflejo de virtudes ajenas. La genuina Espiritualidad exige que seamos verdaderamente nosotros mismos y que gocemos plenamente de nuestras posibilidades energéticas. No importa cuál sea la doctrina, fuere de Pitágoras, Einstein, Platón, San Francisco de Asís o de Budha, o la que fuere ya que se trata aquí de un ejemplo; lo que sí es de trascendencia es que cada uno de nosotros sepamos interpretar, vivir y asimilar lo que otros nos enseñan, pero sin descuidar nuestras propias experiencias ni enajenar nuestras propias facultades creadoras. Si queremos ser Grandes de Alma, debemos ser plenamente nosotros mismos. Si queremos alcanzar la auténtica Espiritualidad, en fin, debemos propender incesantemente, sin ceder a flaquezas ni esperar condonación de nuestras culpas y deficiencias, buscando en las intimidades de nuestro ser hasta encontrar fuentes de energía donde se nutre la Bondad, la Sabiduría, la Belleza, la Inspiración creadora, la emulación generosa y la alegría de vivir, así como también el surtidero de Luz y Amor que apague nuestras pasiones y rompan nuestras ataduras con el pasado de las imperfecciones.
Y sobre todo, no olvidemos que lo auténticamente ESPIRITUAL es UNIVERSAL, no convencional, discriminativo y personal. Despreciar la Universalidad es renunciar a las libertades naturales, esclavizarse a tradiciones e ilusiones, o encadenarse a atavismos y temores secretos. La verdadera Espiritualidad no conoce ataduras, fronteras ni circunscripciones sectarias; lo que limita es fuente de esclavitud.
En el Amor y la Sabiduría encontramos las mejores expresiones de la Espiritualidad, porque estas funciones presuponen en el individuo disposiciones para DARSE, EXPANSIONARSE Y CREAR. Lo que divide, destruye, limita o circunscribe no puede ser ESPIRITUAL porque es contrario a la Sabiduría y al Amor.
La Espiritualidad mal entendida, es decir, cuando sólo sirve propósitos mezquinos, dogmáticos o tradicionales, es una burda parodia de los valores Universales. Incurrir en ello es hacerse reo de inconsciencia, de indignidad, y condenarse a seguir las bajezas comunes que constituyen la prisión nefanda de nuestras propias pequeñeces, torpezas e infamias, que son producto de la ignorancia.
Desde luego, durante la era cristiana el mundo ha ido evolucionando en un sentido más bien material que moral, y más le ha preocupado al hombre civilizado (?) sus conveniencias mundanas y aparentes que sus necesidades fundamentales y trascendentales, Espirituales. Y hay que añadir a esto un dogmatismo nada emancipador ni generoso, que ha endurecido el alma y embotado cada vez más la consciencia del género humano, y en fin una incuria rayana en extremos morbosos con respecto a la herencia atávica de la humanidad. Diríase que la gran preocupación del hombre hasta ahora ha sido exclusivamente su propio aservilamiento a prejuicios y convencionalismos - raciales, sociales, religiosos, nacionales - y despreciar y postergar totalmente las posibilidades potenciales del individuo, inclusive ignorar por completo las terribles cadenas del atavismo biológico. Y como si esto no fuera suficiente, se crearon las tradiciones, que son en realidad, nada más que férulas nigrománticas, mallas aserviladoras, memorias castradoras de toda virilidad creadora del Espíritu, pragmática de hipocresía que no es otra cosa que la emulación impotente.
Pero, si los sistemas religiosos y filosóficos que asumen la responsabilidad rectora de la vida de los individuos con pretensión misionera celestial no se preocupan por el perfeccionamiento del ente humano, ¿Por qué persistir en tal empresa de esfuerzos destinados al fracaso? La historia humana sustenta este concepto fuera de toda duda, puesto que la sucesión de los siglos atestigua la inocuidad de las gestas heroicas y de las enseñanzas inspiradoras. Esto lo estamos viviendo ahora subrayado una vez más por una de las tantas guerras mundiales que el hombre no puede pasarse de hacer a la vuelta de cada varios lustros, siempre con carácter de ideal sagrado y con propósitos de rectificación definitiva. ¿Pero qué provecho pueden sacar de las enseñanzas Evangélicas entes enfermos? ¿Acaso se puede forzar almas roídas por toda clase de turpitudes y organismos presos de todas las morbosidades a ser generosas, bondadosas, serenas y capaces de sublimes gestas?
Si, se nos objetará que el sentimiento religioso va creciendo en todas partes del mundo, y en fin que los diferentes sistemas religiosos van densificando sus filas y rellenando sus Templos con crecientes adhesiones. Pero al primer argumento contestaremos que el fenómeno aludido sólo revela la intensidad creciente de los imperativos Espirituales en el ser humano, hecho que patentiza las necesidades íntimas de la humanidad, atizadas, por decir así, precisamente por las deficiencias que padece el hombre frente a sus propios problemas e inquietudes, y ante su incapacidad de responder a sus más sagradas apetencias, con respecto a lo supernal, Universal, Espiritual, Divinal. Las desdichas aumentan siempre el anhelo de alcanzar la felicidad, y las miserias y el dolor nos conducen a buscar remedios extraterrenales.
La otra objeción es pueril, por dos motivos fundamentales, pues la humanidad aumenta en proporción geométrica en relación con el tiempo, y por ende pueden rellenarse los Templos existentes, y crearse nuevos sistemas religiosos, sin acusar esto en realidad justificación religiosa sustancial. Por otra parte, existe tanta inquietud Espiritual en el Mundo, a la vez que tan manifiesta falta de cumplimiento de las postulaciones y los derroteros religioso-filosóficos, denunciando así el triunfo de las lacras y pasiones humanas por sobre las más sanas intenciones e idealidades, que llama poderosamente la atención el cúmulo de fallas del acervo sublime y de las proposiciones dogmáticas y tradicionales.
El individuo es urgido a seguir derroteros y a sumir posturas reivindicadoras o rehabilitadoras. Mas todo con poco crédito de dignidad, pues hay más manifiesto interés por las apariencias y las realizaciones ilusorias que por los gestos magníficos, por las generosidades enaltecedoras y por las disciplinas transubstanciadoras. En otras palabras, se guía a la especie humana con señuelos más propios de hatos, con carácter de trasposiciones lineales y horizontales, más no con una dinámica perfeccionadora, creadora, verdaderamente Espiritual o de sentido superativo con énfasis trascendentalizador.
El individuo puede ser conducido, capitaneado, en menosprecio de sus propias facultades creadoras y superativas; pero es mucho mejor transformarlo, habilitarlo para las gestas generosas y ecuánimes autointuidas, en una palabra, regenerarlo por sus propios esfuerzos. Guiar al individuo sin capacitarlo para las gestiones autodidacticas y autosuperativas, es sinónimo de mística supersticiosa y fanática, y, en todo caso, es un proceso que se reduce a una sofiología o pragmática pueril e impotente, que, pese a sus prestigios románticos y títulos de nobleza doctrinal, dejan al individuo con sus condiciones natas de miopes de Espíritu, de esclavos y anormales de cuerpo y alma y de eunucos en lo moral. ¿Cabe pensar en salvación alguna, en una evolución ética, en logros Espirituales, y en conquistas Divinas en tales circunstancias y predicamentos?
Mas no desesperemos ante semejante cuadro de las inepcias humanas. Si en el pasado el ser humano, confrontando con los imperativos de la vida pudo llegar a la conclusión de que el individuo es parte integrante del Universo, y como tal expresión de la mecánica vital, que en ulterior análisis es la Divinidad, puede hoy concebir que todos los atributos perceptibles en la Naturaleza son también patrimonio suyo, y lo que cabe en esta terrible hora de caos y falacias idealistas del presente histórico, por encima de toda consideración egoísta, doctrinal o tradicional, es educar o preparar al ente humano para la mejor realización de sus propias posibilidades, y también para la más amplia utilización de sus energías íntimas con el fin de efectuar plenamente el tan anhelado hito moral que edifica y enaltece.
La hora presente es, más que para pragmática y preceptuaciones teóricas o doctrinales, de imperiosa necesidad dinámica, con sentido Universal. Este sentido trascendental, de biodinámica integral Universal, es lo que hemos llamado COSMOCRACIA o Filosofía Vital.
Si persistimos en nuestras tradiciones, en recuerdo de agonías e irrealizables esfuerzos, corremos el riesgo de renunciar a todo proceso evolutivo y de ceñirnos al sentido patológico de las gestiones pretéritas y fallidas. La verdadera Espiritualidad presupone constante evolución, remozamiento dinámico de nuestra generosidad moral, avivamiento de nuestros valores y reafirmamiento de nuestras conquistas siempre renovadas en el orden de los Sublime y Divinal.
Por eso mismo hemos subrayado anteriormente que la genuina Espiritualidad se funda exclusivamente en la cultura, que sintetiza valores enaltecedores y propugna un sincretismo ideológico en consecuencia con la economía biogénica del ser y con el equilibrio maravilloso de la Naturaleza Universal.
De nada nos sirve el musitar y cacarear bellos ideales, sean ellos tradicionales o prometedores, pues si no se perfecciona primero el individuo, se consigue sólo estimular su emotividad y avivar sus ilusiones, más no se impide así su estancamiento moral, ni se le corrige sus lacras atávicas, que todos poseemos por necesidad natural en un grado mayor o menor, ni tampoco se hace de él algo distinto de lo que es; es decir, un esclavo de sus pasiones y un aprisionado de sus propias ilusiones y esperanzas. Lo que no perfecciona al hombre lo limita, aherroja y castra.
Hoy en día, se habla mucho de libertades, se puede ver recientemente en el escenario político el eclosionar de la máxima expresión del ideal Democrático, a manera de sublime proposición. Pero la humanidad necesita algo más. Lo que tiene menester por encima de todo, es una función específica de carácter ético, tanto en lo personal como en lo internacional. Sí, la Carta del Atlántico es un hermoso documento público, pero apenas refleja una actitud, no define ninguna acción.
Las libertades en que soñamos hoy por hoy nos permiten vislumbrar posibilidades de un mundo mejor, pero eso no es suficiente. Es preciso algo sustancial, que refleje la majestad Universal y haga vibrar en nosotros el Verbo magnífico del Espíritu.
Más que promesas y definiciones, el mundo necesita virtudes e instituciones que suplan deficiencias y remedien males íntimos. No debemos hablar hoy de libertades con alboradas de falsa alarma, o como ofrenda de símbolo que, como tantos otros anteriores se esgrimen mientras se les juzgue necesarios, por conveniencia propia, y que se descarta como cosa absurda como deje de ser un imperativo para el alma altanera y el corazón corrupto.
La Carta del Atlántico, que señala tantas bellas libertades esenciales de la humanidad, no ha podido hasta ahora ser consagrada, no porque carezca de méritos genitivos, pero porque nadie vive sino de acuerdo con sus condiciones internas, pese a sus ilusiones más exaltadas y esperanzas más acreditadas. No pueden existir LIBERTADES donde no hay dignidad, ni justicia donde no hay respeto, ni Fraternidad o consagración religiosa donde prevalecen la enfermedad, las taras biológicas, la ignorancia, las privaciones físicas, el temor, la animosidad social, racial y religiosa, las pasiones, la moral egoísta y convencional y toda clase de vicios, ni mucho menos una genuina Sabiduría donde todo el prejuicio, hipocresía, doblez e inconsciencia.
El máximo símbolo de las LIBERTADES DEMOCRÁTICAS, que lo es la Carta del Atlántico, pues desaparece paulatinamente, ahogada por las ambiciones y la lujuria humana, y, una vez más, se desprecia la VOZ DEL ESPIRITU, el imperativo del VERBO UNIVERSAL.
Pero no es posible seguir así, los pueblos se hallan ahora en guerra, no sólo entre sí, sino también consigo mismo. La guerra mundial del trágico momento histórico no es sino la consecuencia del caos moral y las fallas Espirituales del pasado, y es un reflejo de las necesidades íntimas del ser humano frente a los imperativos cósmicos. Más que otra cosa, es una precipitación natural destinada a forzar al hombre a reconciliarse consigo mismo, y a identificarse de veras con el Espíritu Universal, que es la Verdad, Dios.
Malhadamente, el hombre ha venido ignorando demasiado estos extremos, y por consiguiente los ha despreciado. Lo que se impone hoy por hoy, por ende, es algo más que una simple revisión o una reafirmación de dogmas y doctrinas de carácter tradicional. Más que de afianzamiento en concepciones y preceptuaciones pretéritas, la humanidad necesita ahora propender a su AUTOREAHABILITACION, sin esperar auxilios ni salvación por acción vicaria. Debemos autentificar nuestra legitimidad idealista por medio de la elevación de nuestros prestigios morales, por nuestra propia dignificación, y por la exaltación íntima subrayada por la más categórica generosidad. Los dogmas son buenos para las épocas transitorias de rebeldía, pero para asentarse en las conquistas positivas del Espíritu, que son los únicos valores eternos, es preciso trascender nuestras limitaciones, romper con los lazos del pasado, depurarnos de taras atávicas y de todo prejuicio, y en fin situarnos de pleno en las dimensiones invisibles pero duraderas de lo sublimador e inspirador.
Pese a cuanto se diga y haga ahora tocante al porvenir del mundo, esto debe ser definido, desligado de los azares de las situaciones intempestivas, apasionadas, o de emergencia. El porvenir será solo lo que hagamos de él, y para bien nuestro debiera descansar en Principios de sentido Universal y Valores de significación vital, trascendentalmente Espiritual. No lo olvidemos, sólo lo Espiritual es Universal y Eterno, y toda fórmula de otro género es de hecho ilusoria, incoherente, mezquina y pasajera.
El ser humano es tan grande como los misterios que catea, ama y sirve, y si lo Espiritual tiene mucho de misterio es sólo porque el individuo se circunscribe demasiado a sus propias pequeñeces y fallas. Todos somos místicos, sobre todo, porque permanecemos siempre sensibles a la Verdades superiores de la Vida, pese a nuestras taras y demás limitaciones personales, y en fin no podemos renunciar del todo a la potestad suprema de la Naturaleza.
La multiplicidad de credos y cultos es fácilmente explicable, puesto que estos responden a las ansias naturales del individuo por alcanzar la meta de la vida a través de la Felicidad, la Sabiduría, y la potencia realizadora del Espíritu. Pero debemos cuidarnos de los énfasis sectarios y la intolerancia dogmática. Si una enseñanza o doctrina no es capaz de justificarse por sus propias virtudes, suprema interpretación legitimadora de toda concepción o inspiración, entonces es poco merecedora de respeto, y todos los afanes votivos y devocionales de sus adictos no lograrán jamás imponerla a la consciencia humana. Tales intentos han provocado la aparición de la actual multiplicidad de sistemas religiosos y filosóficos, pero no ayudan de manera efectiva al Espíritu a orientarse por los senderos de la propia rehabilitación, más bien lo confunden y estacionan. Lo que nos limita en nuestros empeños evolutivos o de auto perfeccionamiento, nos esclaviza a lo circunstancial. Y, preciso es entenderlo bien, no hay peor cárcel que la del que renuncia a indagar y pensar, y que condesciende en seguir fórmulas obnubiladoras de su consciencia y de auto negación.
Otro punto importante que debemos tener siempre presente, es que nadie posee la Verdad completa, y la suprema expresión de la vida no puede ser patrimonio ni privilegio de nadie. Debemos precavernos, por ende, de toda ortodoxia exagerada y virulenta. El fanatismo es expresión de inteligencia roma y obtusa, y lo único peor que puede haber es solamente el alma inculta, agriada e insolente de un sectario, que es en realidad un estado morboso, la enfermedad del Espíritu embotado, privado de Luz Universal y de Amor. El amor es Sabiduría regeneradora, que logramos por medio de la suprema identificación con el Seno Espiritual, fuente primordial de la Vida.
El sectario es un enfermo que se deleita con su morbosidad, y se empeña en emponzoñar con él al mundo entero, sin darse cuenta de su situación. Debiera haber Institutos o Clínicas para esta clase de pacientes, a fin de evitar que la paranoia, la incultura y el celo demagógico se enseñorean del mundo. El sectario es, además, un impotente frente a la vida, y un fracasado en sus más caras aspiraciones. El éxito da alegría, genera entusiasmos generosos, incita a gestas enaltecedoras, e inspira sacrificios ennoblecedores. Y, no olviden esto, se es tan noble y fuerte como se sabe Servir, porque el Servicio impersonal sublima en grado superlativo. Sólo las almas libres saben Servir y encontrar en el Dar todas las magnificencias del Universo, y el corazón que no sabe brindarse y darse es porque su insipiencia no se lo permite, ni su indigencia Espiritual tampoco.
La auténtica Espiritualidad halla sus compensaciones en sus propias realizaciones. Pero eso sí, no confundamos los quilates del Valor transcendental de prestigiosa Universalidad con los oropeles fantásticos y notorios de las ilusiones y los sectarismos.
Dondequiera que prevalezcan preferencias de carácter personal, o específicamente nacionales, doctrinales, raciales o tradicionales, no puede haber genuina Espiritualidad. Ninguna Filosofía puede ser dignificante a menos que sea vehículo de realizaciones Universales y señero de libertades superadoras. En cuanto a la Religión, para ser de genuina trascendencia moral y significativamente Divinal, debe acoger al individuo a la Divinidad, hacerlo comulgar místicamente hasta identificarlo con la Esencialidad dinámica Universal, y por ende si se colorea o ladea discriminativamente con sentido parcial o bien hegemónico, estableciendo señeros de especificación circunscrita o con pretensiones superlativas, o aderezando modalidades conceptuales limitadas o que no abarcan la entera Humanidad y presentando al Espíritu sin pueriles intentos de clasificación doctrinal, no representando de veras toda la Esencia de la Vida y el completo Verbo Universal, no tiene derecho a denominarse ESPIRITUAL, ni a reclamarse con finalidad misionera DIVINA.
Los sistemas religiosos son como gajos de un follaje, y las hojas son los individuos creyentes; a trueque las ramas representan las grandes filosofías. Pero el tronco es la síntesis del sentido Espiritual del género humano. Todos somos hojas del mismo árbol de la Vida y la Esencia Vital que lo anima lo es la Verdad Espiritual, que es Única, Universal y Eterna.
Por ahí se verá si está justificada nuestra simpatía por los ideales BAHAI. Naturalmente, estos ideales no son exclusivamente BAHAI, puesto que los encontramos en otras escuelas filosóficas de edades distintas. Pero lo que celebramos aquí, más que la significación de las hojas o de una rama religiosa en lo particular, es la ESENCIA DEL ARBOL DE LA VIDA, o sea los PRINCIPIOS UNIVERSALES, el VERBO ESPIRITUAL que representan algunas de sus proyecciones rehabilitadoras.
¿Y cuáles son estos Principios Espirituales que tanto admiramos y que tan incondicionalmente servimos? Pues en términos humanos, son los siguientes, que fueron dados a conocer en el año 1919 como “LA ORDEN DEL MAHA CHOAN PARA LA NUEVA ERA”.
Ciudadanía Única, Universal.
Abolición de fronteras, aduanas y prisiones.
Sustitución de prisiones por hospitales y escuelas de rehabilitación y capacitación.
Uniformidad de Credo y Culto en lo Esencial o Espiritual.
Una Biblia de Regeneración Humana y de significación Universal.
Una enseñanza uniforme que desarrolle la consciencia (vida plena) Cósmica (Christos-Budha) y facilite la Comunión Mística con la Fuente Espiritual o de Realización Divina (Logóica).
Sistema social acorde con los Principios y postulados religiosos, que a su vez estén en concordancia con la biodinámica Universal (Cosmocracia).
Anulamiento de toda tradición racial, sectaria, social o religiosa que se funde en la discriminación y el exclusivismo.
Abolición de todo nacionalismo y sectarismo, que exprese antítesis de Humanismo Integral y de Universalidad incondicional.
Cooperación interreligiosa.
Una Bandera o Enseña Superior, encarnación de la Verdad Universal y Eterna.
Creación de un sistema económico a base de cooperación y mutualismo.
Fomentar la re identificación del individuo con la Naturaleza.
Un solo estándar moral, con paridad de trato, oportunidad y condiciones para todos los individuos humanos en igualdad de circunstancias y aspiraciones.
Abolición de todo sistema de armamento, por ser ajeno a los fines de la Naturaleza.
Supeditar todas las finalidades de la vida de los individuos y pueblos a los propósitos de la religión.
Prevalencia de los Valores del Espíritu por sobre las condiciones del mundo.
Desarrollar una Filosofía Vital y de sentido Cósmico (Cosmocracia).
Garantizar el respeto, la libertad y la dignidad de cada individuo mientras su moral se funde en el respeto de este mismo derecho ajeno.
Simplificación de la vida a las necesidades naturales.
Garantizar todo empeño sincero en el individuo, sea quien fuera, en sus aspiraciones de Felicidad, Sabiduría, Consciencia Creadora y Espiritualidad, siempre que no interfiera con el mismo derecho de los demás.
Organización de los ESTADOS UNIDOS DEL MUNDO.
Integración de un PARLAMENTO HUMANO para regentar los asuntos en general de toda la Humanidad.
Suprimir todo ejército, armada, trust financiero, bloque político, o poder autócrata en el Mundo.
Abolir las zonas de influencias, las colonias, los imperios económicos y toda forma de expresión social que implique sumisión, moral, intelectual y económica, tanto para el individuo como para colectividades determinadas.
Garantizar la educación, una profesión y un empleo a todos los individuos, sin interferir por ello en su libertad íntima.
Apertura de todos los Templos y de todas Catedrales a toda expresión de Culto o para fines culturales, sea del credo o de las aspiraciones que fuesen, pues no hay nunca nada de profano en los esfuerzos de cultura como tampoco en la Devoción Espiritual.
Crear un sistema monetario que garantice la equidad étnica y el equilibrio social, y haga imposible toda explotación financiera.
Convertir todo organismo Religioso y Fraternal en agencia contra la incultura, la enfermedad, el temor, la miseria y la desdicha.
Fomentar la identificación del individuo con las esencialidades Universales.
Lo repetimos, estos son ideales factibles, y no ilusiones, aunque las fantasías de hoy puedan llegar a ser las realidades del mañana. Estos ideales encarnan necesidades humanas, y sólo cuando hayan sido realizados plenamente, la humanidad tendrá derecho a pregonar virtudes y certezas Espirituales.
Buena parte de estos ideales se encuentran en la Fe BAHAI, y es por este motivo que auspiciamos hoy la celebración de su Primer Centenario en todo el mundo, aprovechando esta oportunidad para dirigir a la Humanidad un Mensaje Espiritual Anual.
La humanidad entera vive en estos momentos experiencias de positiva significación innovadora. Antiguos moldes de pensamiento y sistemas de vida, instituciones y costumbres se están modificando de manera radical en el sentido correctivo y rehabilitador. La guerra mundial que todos sufrimos por igual no es necesariamente una prueba o un test de Valores, pues estos distan de poseer hoy por hoy en el mundo categoría de conquistas positivas. En realidad, nos hallamos todavía en un impase de concepciones genitivas y de gestos edificantes. Lo que se ventila en la actualidad en todo el orbe no es tanto la conservación como la conquista de realizaciones idealistas, religiosas y Espirituales. Estamos aprendiendo recientemente a merecer nuestras aspiraciones y a lograr los triunfos morales que nos identifiquen con nuestros ideales a la vez que nos hagan dignos de nuestras mejores aspiraciones.
Los Principios que acabamos de enunciar son, precisamente, la postulación de Valores que son de hecho indispensables para una estructuración conveniente de la vida humana, en harmonía con la Naturaleza y las finalidades mismas de nuestra existencia. No se trata aquí de simples dogmas, o de doctrinas convencionales, sino de necesidades imperiosas, y la guerra mundial en sí es la demostración fehaciente de que era indispensable recurso a procedimientos decisivos. Es obvio que esta guerra era una necesidad, pese a sus características virulentas. Hay lecciones duras de aprender, pero cuando el hombre rehúsa ser cuerdo y digno, la Naturaleza debe asumir sus propias directivas a su manera.
Es tiempo ya de que la humanidad entera empiece a comprender que las limitaciones conceptuales son tan erróneas y perjudiciales como el fanatismo religioso, y que lo parroquial y circunscrito en nuestras ideologías.
Debemos aprender a pensar menos en términos exclusivos y egoístas. Todo sectarismo es absolutista, o totalitario, porque es convencional, y por ende unilateral y arbitrario.
Lo imperioso, ahora, es el TRIUNFO DEL ESPIRITU, después de la VICTORIA DEMOCRATICA, por más que lo uno no puede desligarse de lo otro. Pero es obvio que no nos referimos aquí a las componendas transitorias de la política ni a las combinaciones militares de circunstancia. Voceamos aquí los imperativos del Espíritu.
Por otra parte, esto sintetiza nuestra labor actual en relación con la Post-Guerra, que exige penetrantes estudios, cuidadoso planeamiento, y equitativas consideraciones.
Firmado:
MAHA CHOAN - K.H
Presidente del Consejo Ecuménico
de la UNIÓN ESPIRTUAL UNIVERSAL.