MANIFIESTO AL MUNDO POR LA CONVENCIÓN ESPIRITUAL DE COLOMBIA CELEBRADA EN CALI VALLE, EL DÍA 23 DE JUNIO DEL AÑO 1947
(De pemanente actualidad en todas las latitudes. Nota de Ariel)
Impulsados sinceramente por un hondo sentimiento de consideración humanitaria, toda vez que, previas consideraciones respecto de las rudas experiencias vividas por la humanidad en la guerra y postguerra, como inevitable consecuencia de ésta, desde luego que ellas traen consigo los designios más aterradores. Y, cómo que en ella y por ella se exteriorizan con la barbarie más refinada, los más crueles instintos de la bestia en el hombre por muy civilizado que él sea; por la práctica extinción de todo lo que constituye el patrimonio moral y material de los pueblos, de toda riqueza desarrollada a través de muchos años y de una labor constante, que indudablemente implica cruentos sacrificios, en consideración de todo ésto os enviamos fraternalmente nuestra conmovida voz de solidaridad consciente y haciéndonos copartícipes del profundo dolor que agobia actualmente a nuestros semejantes, como que no nos es indiferente el rigor desolador en que los dejó sumidos la última Guerra Mundial en todos aquellos pueblos que la confrontaron de lleno, y en donde ahora mueren por inanición como por la inclemencia del frío, y en fin por tantas otras consecuencias fisiológicas que necesariamente mina todo organismo viviente, por carecer de elementos adecuados para prolongar la vida. A base de estas elementales consideraciones y comprendiendo lógicamente que en el fuero interno de los supervivientes a la última hecatombe mundial, habrá quedado arraigada una profunda experiencia y un imborrable concepto de lo que constituye y enseña la guerra a través de todas sus consecuencias, os invitamos de la manera más conmovida a una genuina reflexión a visualizar con todo el juicio posible, toda la magna tragedia que nos va a servir ciertamente de base para que las generaciones futuras con sobra de razón al leer la historia nos consideren como bárbaros
Por consiguiente, es de inaplazable urgencia llegar a saber y comprender a plena conciencia y responsabilidad, que el bienestar de la Humanidad, es justamente la base ineludible de toda genuina conquista, y el señalado medio que hace factible la civilización pacífica, laboriosa, progresista y digna así de ocupar páginas en la historia. De consiguiente, de hecho tenemos que proceder a desplazar en todo fuero humano toda manifestación o sentimiento interno egoista, sectario y que implique separatividad y exclusión de los unos contra los otros. El mundo es de todos y para todos, de la misma manera que el sol es de todos y para todos
Se impone trocar el cañón destructor que llevamos en nuestro ánimo, por la concordia mundial, por la convivencia fraternal y por el reconocimiento del inviolable derecho inherente a todo ser humano. Por imperativo categórico reflexionemos claramente sobre el justo sentido de las cosas así como sobre la inconfundible verdad que gobierna todo cuanto se haya en el universo.
Contrista el ánimo al detenerse a considerar que la sinceridad, qué es sinónimo de rectitud, de honradés moral, de pulcritud y buena fe, debido al nefasto egoísmo que obnuvila el criterio humano, y que, como se ha visto, pospone los inmanentes dictados del espíritu a los efímeros antagonismos de la Tierra, siempre ha sido él, el egoísmo, la base diabólica que ha mantenido en constante estado de beligerancia a los países contendores y el que siempre ha interpuesto una cortina de humo en la visualización intelectual de los hombres de Estado para no poder ver con la diafanidad deseable, el verdadero derrotero a seguir, supeditando a todo trance los primordiales sentimientos de humanidad, como debiera ser, a los ilusorios y sofísticos puntos de vista que los gobiernos de los distintos países elevan a la categoría de principios dogmáticos e irrevocables, con gravísimo detrimento de la misión que tiene que cumplir en la vida de sus pueblos, por la guerra y en la guerra
A diario vemos empapandonos que el estado actual de las relaciones internacionales de los pueblos del Oriente, de Europa y de las Américas, de sobra se presta para serias y fatales conjeturas e inquietudes. Bien claro se observa que existen, y de modo latente, profundas y diferentes ideologías políticas, religiosas y sociales, así como ambiciones desmedidas de parte de unos con grave detrimento de los intereses de patente incompatibilidad en relación con las aspiraciones más o menos aceptables de los otros que sí tienen justamente a respetar la libertad de pensar y de obrar de sus gobernados como pueblos soberanos que son, y que por lo tanto escrupulosamente cuidan con interés a la inviolabilidad de sus ideologías propias.
Por otra parte se observa la incontable ansia loca de superación entre los unos y los otros en posibilidades científicas y eficaces para obtener la victoria en la guerra. Todos los países poderosos, cuál más, cuál menos, tratan de acaparar para si la exclusiva hegemonía del poder militar, de la ciencia atómica, de los inventos más aterradores para asegurar el éxito y, una vez obtenido éste, adueñarse de los mares, de los países indefensos y del comercio mundial. Armarse hasta los dientes es el ideal
Y justamente causa hondo desconcierto al considerar que la Magna Carta del Atlántico, de dónde surgieron en horabuena las 4 magnas libertades estatuidas para bien de la perdurable armonía entre todos los pueblos de la Tierra como las que con tanto ahínco y ejemplar decisión y de modo tan pleno e insospechable preconizó el más ilustre apóstol de la Democracia, Franklin Delano Roosevelt; que las recordadas declaraciones de paz que quedaron en aquella época estatuidas como postulados de conciliación, comprensión y respeto mutuo en la conferencia de Teherán; que todos los Acuerdos celebrados con la misma finalidad en Chapultepec, igualmente en San Francisco y poco más tarde en Londres, los simples papeles de infecunda fantasía, debido indudablemente a aquellos caudillos que tienen como territorio patrio un mundo para mantener en él sus parias toda vez que carecen de libertad y que sin embargo no se sacian con nada, en donde reina la opresión antes que la ley.
Todo el mundo creyó y esperó que una vez terminada la matanza entre hermanos, que procreó, financió y llevó a cabo el nefasto egoísmo que impera en el mundo, el que siempre ha constituido la razón de ser de todas las hecatombes humanas, vendría la paz, la fecundidad y bienhechora paz en bienes y tranquilidad para todos los corazones, a darle un nuevo impulso al interrumpido ritmo al trabajo y al progreso general en todo el mundo, al bienestar social; que volvería la ecuanimidad y su estado normal. Bien se creía que de hecho se implantaría con la paz más bella armonía entre todos los pueblos de la tierra, el respeto mutuo, la conciliación, la comprensión, el acercamiento generoso y magnánimo y, en consecuencia, la absoluta Paz. Pero todo aquello fue una desconsoladora ilusión . - Como el fatídico egoísmo está compenetrado de incolmable ambición de todo orden; desde luego que unos de los países contendores siempre se ha exhibido como el saboteador de todo conato de conciliación y paz, bien se comprende que está subversiva y sórdida quietud actual tiene visos de tregua para tomar en ella nuevos arresps para emprender en una nueva lucha, acaso más feroz que las anteriores.
¿En vista de toda esta serie de fenómenos caóticos que se palpan claramente, desde luego que la suma de pretextos de valor entendido que interpone uno de los países beligerantes que pretende impedir el restablecimiento de la normalidad en Europa, partiendo del principio cierto de que aquellos pueblos hambreados, abrumados por toda clase de calamidades, vienen a ser en definitiva el factor ideal para la infiltración de determinadas doctrinas que atentan contra la libertad individual, contra la ciudadanía, contra toda democracia, en fin, cómo puede ser justo y razonable para los pueblos conscientes de la tierra, que no se ponga de pie y conjuntamente, fundidos en una sola voluntad, en un solo principio y una misma aspiración de implantar la paz dentro de la libertad y del mutuo respeto, y no lancen al mundo su manifiesto deseo de sobreponerse a la lucha?.
¿Cómo se explica satisfactoriamente que, a tiempo que se nos habla de progreso, de alta civilización, de libertad, de democracia, de cristianismo, etcétera, precisamente se viene agitando el monstruo que es la antítesis de lo que preconizamos y preconizamos en la mayor parte de los confines del mundo? ¿Existe una ley fatal acaso, totalmente ignorada por los hombres más prominentes y filósofos del mundo que no han llegado a suponer que el nefando factor del mal está profundamente simbolizado y representado en aquellas fuerzas trágicas en donde no se le ha dado asidero a ningún principio moral en absoluto, y en cambio esas nefastas fuerzas viven extendiendo sus tentáculos con sordida fiereza y absoluto desconocimiento de todo derecho, de toda soberanía, de toda independencia en todos los países indefensos, preparando así una próxima carnicería humana que atenta directamente contra un elevado precepto divino eué dice: "no matarás"?
Este magno problema mundial, necesariamente hay que afrontarlo con valor humanitario. El valor humano prima sobre el valor efímero e ilusorio de todas las ceremonias de los pueblos y de todos los bellos ideales de la Tierra.
Roberto bueno