PUNTOS NEURALGICOS DE LA RELIGIÓN
Alejo Cáceres Astorga
Imagen: Mandala de la ALIANZA UNIVERSAL
La causa de la mayoría de los engaños que sufre el hombre con la religión se basa en que la palabra VERDAD es usada en tres sentidos diferentes en la literatura religiosa, lo que también le da tres significados distintos.
El primer sentido que se le da la Verdad es sinónimo de hecho. En muchos libros se asegura que Dios es la Verdad, significando que es la Realidad Primordial.
El segundo sentido está incluido en el sentido de la frase bíblica.: “Adorar a Dios en Espíritu y en Verdad”, qué significa una aprehensión directa del Hecho Espiritual, distinto del conocimiento de segunda mano de la Realidad formulado en frases y aceptado por proceder de una autoridad conocida, o porque una argumentación hecha a partir de postulados ya aceptados resulta lógicamente convincente.
El tercer sentido del vocablo Verdad es el más inferior y se refiere a exponer que los símbolos verbales de que se compone la frase están de acuerdo y corresponden a los hechos a que se refiere. Sin duda que puede haber alguna correspondencia entre los símbolos del lenguaje y el hecho divino y algunas afirmaciones son tan verdaderas, cómo es posible que lo sean, pero las palabras no son lo mismo que las cosas y un conocimiento de palabras no es en modo alguno equivalente a una aprehensión directa e inmediata de los hechos divinos.
Tomas de Aquino y Al Gazzali, en distintas épocas y religiones, abandonaron las consideraciones de las verdades acerca de Dios por la contemplación y aprehensión directa de la Verdad-Hecho y abandonaron la teología, declarando que todo lo que habían escrito era una simple paja comparado con el conocimiento directo que les había sido otorgado.
Para evitarnos discusiones frecuentemente agrias y sin ningún objeto cuando hablamos de la Verdad, sea esto en religión o en otro aspecto del saber humano, debemos detenernos y preguntarnos en qué sentido se emplea esta palabra, esto nos ahorraría muchas confusiones mentales, perturbadoras y completamente innecesarias.
Esto es lo que hace exclamar a Eckhart lo siguiente: “Qué estás charlando acerca de Dios? Cualquier cosa que tú digas de Él es falsa”. Debemos recordar que sí Eckhart era teólogo, al mismo tiempo era místico y había logrado la aprehensión directa de la Verdad y sabía que las palabras no son lo mismo que los hechos o las cosas y que un conocimiento de palabras es incompleto.
“No te esfuerces en buscar lo verdadero, cesa solo de abrigar opiniones”, nos dice el budhismo del zen.
San Juan de la Cruz nos dice: “No hay que reparar en lo que las potencias pueden comprender y los sentidos sentir, pues es satisfacerse con lo que es menos que Dios”.
Para pasar de la creencia en la teología más verdadera al conocimiento del Hecho Primordial, es necesario cesar de abrigar opiniones, aunque sean abstracciones verbalizadas y tratar de obtener la abnegación, la docilidad, el abrimiento al dato de lo Eterno, hacer uso de sus facultades y de su talento para ir más allá de este hasta la visión intelectual de la Verdad, al conocimiento inmediato y unitivo de la Conciencia Cósmica o Universal, pues la razón y sus obras no pueden ser un medio inmediato de unión con Ella, que es lo que Cristo llamó Espíritu y Verdad.
De lo expuesto podemos deducir que la religión es un concepto relativo y que corresponde al nivel del ser o del entendimiento de cada hombre, o sea, que hay tantos tipos de religión como tipos de ser hay, lo que es lo mismo que decir que cada religión es una unión de religiones, de los diversos niveles del ser.
La religión es sin duda alguna dinámica, es hacer, pues el hombre no solo piensa su religión, sino que la siente y la realiza en el grado que le es posible, de otro modo es solo una fantasía o una filosofía y en ningún caso una religión.
El hombre demuestra su actitud mental hacia la religión por medio de sus actos, ya que no tiene ningún otro medio de demostrar su actitud. En consecuencia, si sus actos están en oposición a lo que exige una religión practicada, no puede decir ni afirmar que pertenece a esa religión. Este es otro engaño a que el hombre está sometido.
La inmensa mayoría de la gente que se dice cristiana no tiene el menor derecho de llamarse así porque no cumple con ninguna de las exigencias de la religión cristiana y ni siquiera se les ocurre pensar de que tales exigencias tienen que cumplirse. Tenemos, por ejemplo, que el cristianismo prohíbe matar. Sin embargo, todo nuestro progreso se reduce al progreso de la técnica del asesinato en masa o sea al progreso de la técnica de la guerra. Cómo se puede poner de acuerdo este hecho con el hecho de ser cristiano? Las gentes se llaman a sí mismas cristianas, Pero no se dan cuenta, como se ve en el ejemplo anterior, que no quieren y tampoco pueden ser cristianos de verdad porque a fin de serlo es necesario no solamente desearlo sino poder serlo en realidad, practicar los postulados de Cristo.
Las creencias y prácticas religiosas no son ciertamente los únicos factores determinantes de la conducta de una sociedad dada, pero figuran entre los factores determinantes y la conducta colectiva de una nación, es una prueba de la religión que prevalece en ella, es un criterio con el cual se puede legítimamente juzgar la validez doctrinal de una religión y su eficiencia práctica en ayudar a los individuos a avanzar hacia la meta de la existencia humana.
En el pasado, las naciones cristianas persiguieron en nombre de la fe, libraron guerras religiosas y emprendieron cruzadas contra los infieles y herejes; en la actualidad han dejado de ser cristianas en todo menos en el nombre y la única religión que profesan es alguna clase de idolatría local, tal como el nacionalismo, el caudillismo, el culto del Estado o de la Revolución. Estos han sido los frutos del cristianismo histórico. La razón de que los cristianos fuesen perseguidores y no sean ya cristianos en el fondo está en que su religión fue recubierta con una capa de creencias erróneas que condujeron a sus seguidores a actos erróneos, pues la Conciencia Universal no es burlada. Estas creencias erróneas tenían un elemento común, la sobrevalorización de los acontecimientos temporales y una valorización deficiente del hecho de la Eternidad. Por esto la creencia de la suprema importancia de remotos hechos históricos tuvo por consecuencia sangrientas disputas sobre la interpretación de anales no muy adecuados y a menudo contradictorios. La creencia en el carácter sagrado y aún divino de las organizaciones eclesiásticas al mismo tiempo que políticas y financieras que se formaron a la caída del Imperio Romano, no solo aumentó el rencor de las luchas, sino que sirvió para racionalizar y justificar los peores excesos de los que luchaban por obtener posición, riqueza y poder dentro y por medio de la religión o de la Iglesia.
Y, finalmente la misma sobrevalorización de los acontecimientos materiales, que en otras épocas llevó a los cristianos a perseguir y a emprender guerras religiosas, condujo a estos a una difundida indiferencia hacia esta religión que, a pesar de todo, todavía se preocupaba de la Eternidad, y en la abierta cima de esta indiferencia se precipitó la marea de la idolatría política, cuyas consecuencias han sido la guerra, la revolución y la tiranía totalitaria.
Sin duda que esto tiene un aspecto favorable y es el inmenso incremento en la eficiencia técnica y gubernamental y un inmenso aumento en el conocimiento científico, ambos resultados del general desplazamiento del orden eterno al temporal de la atención del hombre moderno.
En religión, argumento y controversia son casi inútiles y en muchos casos son positivamente dañinos, esta es una cosa difícil de aceptar por los hombres hábiles en silogismo y en retórica.
Pero recordemos el caso de Milton que seguramente creía que estaba trabajando por la Verdad, la rectitud y la gloria de Dios, cuando cubría de doctas procacidades a los enemigos de su dictador favorito y de su secta disidente preferida. Sin duda que él y los demás polemistas del siglo XVI y XVII solamente hacían daño a la verdadera religión por la cual luchaban en uno u otro bando, con igual creencia y con la misma destemplanza de palabras. Papistas discutiendo con antipapistas, protestantes con otros protestantes o con católicos, jesuitas con quietistas y jansenistas, etc. Solo podemos ver que cuando terminó el ruido de la discusión, el cristianismo estaba muerto o casi muerto, pues no manifestaba los frutos del Espíritu, y la verdadera religión de los europeos de la época era ya la idolatría nacionalista. Durante el siglo XVIII está pasó a la idolatría racionalista que parecía una mejora después de las atrocidades de las guerras de religión y de las cometidas por Wallenstein, por Tilly y por Richelieu en nombre del cristianismo y parecía que los hombres estaban dispuestos a templar la política de fuerza con la hidalguía, pero los nacionalismos crecieron y adoraron cual nuevos Molochs a todos los ideales del siglo XVIII, y las últimas dos guerras mundiales no han hecho presenciar la eliminación de toda valla y contención con la llamada guerra total. Las consecuencias de la idolatría política se exhiben ahora sin el menor sonrojo, sin considerarlo deshonroso y sin ver que no pueden tener clasificación humanista y mucho menos de religión trascendental.
La hibris que formó el cristianismo con sus peleas sobre palabras, formas de organización, dinero y poder temporal ha consumado la némesis vengadora que constituye la obra de autodestrucción a que lo condenó su excesiva preocupación por las cosas temporales a que desde el principio se entregó trágicamente.
Es conveniente también analizar las relaciones entre la religión y la emoción, pues la religión en la que predomina la emoción, esta siempre propensa a algunos errores entre los que podemos destacar los siguientes:
- a) Una fe atenta a los fuegos infernales, que emplea las técnicas teatrales de las cruzadas de predicación y los autos de fe para estimular el remordimiento entre sus fieles e inducir entre ellos la crisis de la conversión repentina.
- b) El culto de un Salvador que renueva constantemente lo que se llama el amor carnal del avatar y el culto del Dios personal.
- c) Los ritos y misterios que engendran altos sentimientos de pavor y reverencia y éxtasis mediante los sacramentos, las ceremonias, la música, el incienso y la espléndida iluminación.
Cada una de estas corre el peligro de transformarse en una especie de idolatría psicológica en que Dios es identificado con la aptitud afectiva del yo hacia Dios, tal como los aficionados a una droga pasan la vida en busca de su paraíso artificial, o sea, lo que transforma a la religión en un medio a la emoción en un fin en sí misma, siendo ansiosamente adorada y buscada. Esto es fácil comprenderlo, pero por otra parte las religiones que no apelan a las emociones tienen pocos fieles, además que en cuanto aparecen pseudo-religiones con fuerte atracción emotiva, conquistan inmediatamente millones de devotos entusiastas en las masas, para las cuales las religiones reales han dejado de tener sentido o ser un consuelo; pero ninguno de los fieles de la pseudo-religiones, tal como las idolatrías políticas, nacionalismos y revolucionismos, puede avanzar en el camino de la verdadera espiritualidad, camino que siempre queda abierto para los fieles de las auténticas religiones, aún de las más emotivizadas, lo que nos hace ver que el camino de la religión emotiva puede conducir a un bien relativo, pero no a la unión con la Verdad, aunque este camino emotivo tiene salida al del conocimiento unitivo, y los que se deciden a continuar por ese camino están bien preparados para su tarea, siempre que no sucumban a las tentaciones que les han surgido en el camino. Es así como los místicos mahometanos formaron el método sufí de la propia realización.
Los sistemas religiosos tienen todos sus aspectos horribles y sombríos, mientras que el bien que hacen raramente es gratuito y en la mayoría de los casos debe pagarse al contado, algunas veces a plazo, variando el precio y condiciones según la calidad de los fieles. Algunos de ellos se transforman en idólatras del sentimiento y pagan por el bien de su religión con un mal espiritual que puede pesar mucho más que ese bien. El caso del padre capuchino José de París, secretario de Richelieu es bien conocido.
Otros alcanzan la mortificación del yo personal aún en su parte motiva y en cuanto más avanzan en ella menos pagan por el bien que la emoción les trajo y que a no ser por ella, la mayoría de ellos no la habría obtenido.
En la experiencia religiosa los hechos de la penetración mística, en conjunto con los hechos de lo que se toma por revelación histórica, son racionalizados en términos de conocimiento general y llegan a ser base de una teología, y una teología ya existente en términos de conocimiento general, ejerce una profunda influencia en los que han emprendido la vida espiritual, resultando que si esta teología no es elevada, se contentan con una baja forma de experiencia; y si es elevada, que rechacen como inadecuada toda forma de realidad que tenga características incompatibles con los principios establecidos en ella. Esta forma es la que hace que los místicos hagan teología y la teología haga místicos, lo que hace decir a algunos autores que los grandes teólogos no habrían tenido tal penetración sin supra conocimiento místico, y a otros autores que la experiencia religiosa es real y única, pero no añade nada al conocimiento del que la experimenta, sobre la realidad final. Esto es lo que hace exclamar a Pablo de Tarso: “No te habría buscado mi Dios, si no te conociera ya”.
Es muy corriente que los seguidores de una religión le den una importancia máxima a un solo aspecto de ella, a un solo dogma, tal como los evangélicos que le dan una importancia máxima a la segunda persona de la Trinidad Divina y olvidan al Padre y al Espíritu Santo, en forma semejante a la que los hindúes seguidores de Siva, le da mayor importancia a este que a Brahma y a Vishnú, con lo que corren por adelantado en peligro de limitar su aprehensión directa de la realidad.
En religión como en cualquier otra ciencia natural, la experiencia solo la determina y la obliga a encauzar en el molde impuesto por una teoría que corresponde a algunos de los hechos o no corresponde a ninguno de ellos. Las opiniones son cosas que nosotros hacemos y podemos, por lo mismo, comprender, formular y discutir; pero reparar en lo que las potencias mentales pueden comprender y los sentidos sentir, es satisfacerse con lo que es menos que la Suprema Realidad y esto nos impide pasar de una teología falsa e incompleta y su creencia, al conocimiento de aquélla para lo cual es necesario, como ya lo dijimos, abnegación, docilidad y apertura al dato de lo Eterno. Este conocimiento unitivo de la Suprema Realidad es solo posible a aquellos que han cesado de abrigar opiniones y tal como dice la cita del Lankavatara Sutra: “Con la lámpara de la palabra y del discernimiento debe irse más allá de la palabra y el discernimiento y entrar en el camino del advertimiento.”
Sin duda que está muy lejos de nuestro objetivo hacer un análisis completo sobre religión, siendo en realidad solo el de mostrar los puntos neurálgicos más evidentes y hacer resaltar cómo puede la religión engañarnos en este mundo de ilusiones.
Cualquier persona que examine seriamente este problema, verá que no ha encontrado en la religión lo que desea y busca, y volverá su atención hacia los místicos y espiritualistas dejando el estudio de la religión, que en ningún caso le ha sido inútil, pues le ha permitido llegar a ese punto de su desarrollo, y se lanza al descubrimiento de la Verdad donde quiera que esta pueda encontrarse, sin las limitaciones que le ponía la religión, cualquiera que ella haya sido.
Tal es la actitud mental del investigador, del buscador de la Verdad, que acepta que las religiones son solo caminos que nos llevan hacia la Suprema Realidad y no son otra cosa, y que para lograrla es preciso despojarse de todo prejuicio, para no ser el cautivo de su propia evolución, y quedar encadenado en sus propios anhelos, que detienen su marcha hacia su real destino. Así aprenderemos el lenguaje místico de la religión y en el silencio aprenderemos el alfabeto de aquel lenguaje que emplea el alma para estampar su verdadero sello del dominio que tiene sobre los elementos.
Para tratar de realizar estos postulados fue creada la ALIANZA RELIGIOSA UNIVERSAL, con el fin de justificar nuestra propia sinceridad hacia nosotros mismos y para comprobar si somos o no universales y afectiva y conscientemente religiosos y que no estamos temerosos de la comprobación de la Verdad.
Debemos recordar que la religión no es un pugilato o un debate entre Dios y el hombre ni es asunto o plan de dominación. No olvidemos que el Reino de Dios es Universal y Eterno y el Santo de los Santos está dentro de nuestros corazones, siempre que poseamos una conciencia recta, un alma ansiosa y un espíritu noble.
La adhesión a la ALIANZA RELIGIOSA UNIVERSAL constituye una garantía de legitimidad y de autenticidad, pues a ella no puede entrar ninguna organización con fines de engaño o fraude espiritual, que no podrán someterse a las obligaciones Morales y sostener la dignidad espiritual del Convenio-Código Espiritual Eterno que es la Carta Constitucional de la ALIANZA RELIGIOSA UNIVERSAL y constituye por sí mismo un sello de garantía para todos.
Aquí está la causa por la cual las organizaciones metafísicas puramente supersticiosas y comercialmente místicas, repudian hasta la mención del nombre de la Alianza Religiosa Universal.
Toda sociedad que pertenezca a Ella y toda Iglesia, tiene que deponer el espíritu de egoísmo totalitario, discriminación y prejuicios tiránicos. Los individuos sufrirán solamente en su falso orgullo, altanería y falta de estabilidad, teniendo que probar su sinceridad y celo al enfrentarse a la necesidad de cooperar con otras personas por encima de todo dogmatismo sectario o planes partidistas.
La base filosófica y moral de la ALIANZA RELIGIOSA UNIVERSAL está indicada en la siguiente frase: “Sintamos, gocemos, reflejemos las bendiciones de la Vida Universal Divina haciendo posible el amor, respeto, bondad, ayuda, bienestar, protección y bendiciones mutuas entre todos los seres inspirados en noble ideales y guiados por la Divinidad. No hay en realidad mejor principio para filosofía moral y fe bien fundada.