Por qué Erling Kagge, el explorador que llegó a los dos polos y a la cima del Everest, dice que su mayor proeza fue encontrar el silencio en la vida cotidiana

Max Seitz (@maxseitz)

29 enero 2018

erling kagge

 

Erling Kagge, un explorador de la naturaleza y... el silencio. (Foto: Penguin/Simon Skreddernes)

Erling Kagge es un ser extraordinario: es el primer explorador de la historia que alcanzó los "tres polos" de la Tierra: el Norte, el Sur y la cima del monte Everest.

Pero asegura que eso, realizado a principios de los 90, ni se compara con su mayor hazaña: haber descubierto en medio de la "nada blanca" de la Antártica, durante una solitaria caminata de 50 días, el poder transformador del silencio.

Kagge, de 54 años, no se refiere a la ausencia de ruido acústico, sino a algo más esencial y profundo.

El aventurero, escritor y editor noruego es autor del best-seller "Silencio en la era del ruido", que ha sido traducido a una treintena de idiomas.

Allí ofrece 33 maneras de descubrir el "silencio interior" en nuestra vida cotidiana, por más ocupados o distraídos que estemos, y sin necesidad de viajar a sitios extremos y remotos como los que él exploró.

Kagge habló con BBC Mundo antes de su participación en el Hay Festival de Cartagena, que se celebró en la ciudad colombiana.

¿Cómo fue la experiencia en la Antártica que le hizo sentir por primera vez que el silencio era algo crucial para usted, algo que debía buscar para ser una persona más plena?

Fue algo gradual. En los primeros días de mi caminata hacia el Polo Sur me di cuenta de que ya no tenía las mismas preocupaciones que antes y que el resto de la gente, como pagar las cuentas. Luego, con el paso de las semanas, empecé a sentirme cada vez más parte de la naturaleza.

Era como si mi cuerpo no terminara en las extremidades, sino como si se hubiese propagado hacia el entorno helado, hasta el horizonte. Me sentía en unidad con lo que me rodeaba. No tenía contacto alguno con el mundo; mi radio se había roto.

Caminar en esa nada blanca durante 50 días me hizo experimentar cuán enriquecedor puede ser el silencio. Era un silencio interior más allá de la falta de ruido en la Antártica. Fue mi mejor amigo durante la travesía.

Pero más allá de esta experiencia extraordinaria en un sitio inhóspito, el ruido acústico es constante en la mayor parte del mundo: los vehículos en la calle, los aviones en el cielo, y el bullicio en lugar de trabajo, en los comercios e incluso en nuestra casa. ¿Es realmente posible el silencio absoluto?

Yo he buscado el silencio absoluto pero no he logrado encontrarlo. En EE.UU. y en Dinamarca, por ejemplo, hay recintos aislados acústicamente a los que uno puede ir a descansar del ruido. Son parte de una nueva tendencia y un negocio creciente.

Pero el problema es que incluso si vas a un lugar así, llevas contigo algo de ruido. Para mí el ruido son las distracciones, todo aquello que nos perturba.

Por eso, es otro tipo de silencio el que uno debe buscar: el existencial, no el acústico. Es el que está ahí adentro de uno todo el tiempo. Ese silencio es el más importante en la vida, aunque sea subestimado en la sociedad actual.

Usted afirma que le tenemos miedo al silencio porque puede resultarnos incómodo.

Cuando era niño, a mí el silencio me parecía aburrido; sentía que nada pasaba, que estaba esperando algo que nunca llegaba. No lo valoraba para nada.

Pero hoy que soy padre y tengo tres hijas adolescentes lo aprecio muchísimo. Veo en ellas lo que le ocurre a mucha gente: los seres humanos le tenemos miedo al silencio porque nos hace encontrarnos con nosotros mismos y a veces lo que hallamos dentro es incómodo. En nuestro interior puede haber cosas maravillosas, pero también perturbadoras.

En este sentido, científicos de las universidades de Harvard y Virginia, en Estados Unidos, hicieron un experimento revelador.

Dejaron a individuos de todas las edades en una habitación solos por 15 minutos, sin música, ni material de lectura, ni dispositivos electrónicos. Los voluntarios tenían la posibilidad de interrumpir el ensayo, pero para ello debían apretar un botón que les daba una descarga eléctrica.

Y a pesar de que esto era doloroso, muchos prefirieron presionar el botón porque la experiencia de estar consigo mismos sin hacer nada les parecía intolerable.

¿Es posible encontrar el silencio que usted describe en medio de nuestras vidas tan ocupadas, en las que trabajamos y consumimos mucho y estamos hiperconectados?

Aun en las condiciones en las que vivimos hoy, no debemos subestimar nuestra capacidad de encontrar el silencio interior.

Con frecuencia mucho de lo que hacemos es redundante. Yo a veces me descubro buscando en Google la misma cosa dos o tres veces al día, o chequeando las noticias o las redes sociales en distintas ocasiones para finalmente darme cuenta de que nada ha cambiado realmente. Nos estamos llenando de cosas que son innecesarias.

Es perfectamente posible no mirar internet o el teléfono móvil por un rato y salir a caminar o ir al parque por 30 minutos, para estar en contacto con la naturaleza y con uno mismo. Casi todo lo demás puede esperar; uno no se pierde nada importante.

¿Cómo hace usted para encontrar el silencio interior en su vida cotidiana, sin necesidad de ir a lugares inaccesibles como la Antártica? ¿Puede dar algunos ejemplos concretos?

Yo tengo una vida muy ocupada. Mi trabajo de editor es muy demandante, tengo tres hijas, viajo y escribo libros. De modo que estoy rodeado de ruido.

Aun así, trato de sacar minutos para mí cuando puedo. Suelo encontrar silencio cuando lavo los platos en casa. O cuando camino hacia la oficina o me relajo en la tina.

Pero hay otras miles de maneras de conseguirlo. Por ejemplo: tener momentos sin interrupciones o perderse en alguna cosa. La sorpresa, la fascinación o la belleza pueden conducirnos al silencio. El arte y la música también. O simplemente sentarse un momento, respirar hondo y cerrar los ojos. O no hacer nada, vaciar la mente.

Usted dice que vivimos en una era del ruido en la que tenemos menos capacidad de concentración que un pez dorado. Eso hace que todo sea más difícil, ¿no?

A decir verdad, al ser humano siempre le ha resultado difícil relacionarse con el silencio. Pero en la actualidad enfrentamos, como nunca antes, una explosión de las tentaciones con las redes sociales, los teléfonos móviles y otros dispositivos. Y creo que así nos estamos perdiendo la posibilidad de tener una vida más plena.

Para mí fue duro darme cuenta de que mis hijas vivían en un constante ruido, especialmente con la tecnología, y que no supieran qué era el silencio interior.

No digo que la tecnología sea mala, pero la forma en la que nos relacionamos con ella, de manera adictiva, atiborrándonos para escapar de nosotros mismos, es un problema.

En su libro habla del "loop de dopamina" que nos mantiene atrapados en la tecnología. ¿Puede explicarlo?

En términos biológicos, tendemos a volvernos adictos a ciertas cosas gracias a la dopamina, el neurotransmisor que regula la motivación y la recompensa.

La dopamina nos hace desear algo y sentir satisfacción cuando lo conseguimos. Pero como la sensación de recompensa nos gusta tanto, queremos más de lo mismo. Es un círculo vicioso. Así, cuanto más inundados estamos por la tecnología, más queremos distraernos con ella.

Obviamente las grandes corporaciones como Google, Facebook, Twitter o Snapchat saben esto y nos están "hackeando". No digo que sean los malos de la película, son gente brillante, pero buscan que uno dependa de sus sitios y sus apps para sentirse satisfecho.... Algo así como "Comparto (o busco), luego existo".

Volviendo a su experiencia del silencio, ¿podría decirse que tiene varios niveles de profundidad?

Sí. Yo a veces encuentro un silencio profundo cuando camino. En cambio, cuando barro la cocina no hallo un silencio tan hondo. En ocasiones el silencio puede dar la sensación de que se detiene el tiempo; otras veces no. Es una experiencia diversa y distinta para cada uno.

¿Qué piensa del yoga y la meditación? ¿Son útiles?

Absolutamente, ayudan mucho. Pero para conseguir el silencio del que hablo no se necesita técnica alguna. Es un silencio que uno puede encontrar a lo largo del día por breves momentos, sin que se requiera un sistema. No hay una fórmula mágica; es más bien sentido común.

¿El silencio es un lujo, a pesar de ser gratuito?

Lamentablemente hay una distinción de clase cuando hablamos de ruido y silencio.

Las personas de sectores más desfavorecidos viven con más ruido. Trabajan y residen en sitios más ruidosos, en zonas con calles muy transitadas o por donde pasan rutas aéreas. Suelen ocupar edificios con menor aislación acústica y sus autos probablemente son más ruidosos, al igual que sus electrodomésticos. Mientras que la gente de mayores recursos vive en sitios más silenciosos. Esto no es más que un reflejo de la inequidad en el mundo.

¿Qué les aconsejaría, entonces, a los desfavorecidos por el ruido?

Que no piensen que es difícil hallar el silencio por más que sus circunstancias sean adversas. Insisto: el silencio está al alcance de todos porque se encuentra dentro de uno y es posible alcanzarlo en lo cotidiano.

Si el silencio es, como usted afirma, una experiencia individual, ¿puede volverse de alguna manera una vivencia compartida?

El silencio no es darle la espalda al mundo. Es lo contrario: es abrirse al mundo y verse a uno mismo en ese mundo, e incluso amar más a las personas que nos rodean.

En mi libro cito un experimento que hicieron en Francia, en el que pusieron a un hombre y a una mujer sentados frente a frente para que se miraran a los ojos por varios minutos sin decir palabra. Al final de ese breve lapso, muchos de ellos dijeron haber alcanzado un grado de intimidad nunca antes logrado, y algunas de esas parejas terminaron casándose.

El silencio es esencial para la intimidad en las relaciones. Yo pienso en mis novias: cuando tenía que hablar todo el tiempo, llenar la relación con palabras, era frustrante, significaba que no podíamos estar en silencio juntos y solos al mismo tiempo, de modo que nos perdíamos una experiencia enriquecedora.

Las palabras son muy buenas, sí, pero a veces generan ruido. Si uno tiene que explicar todo en la vida, la existencia puede volverse tediosa.